En Madrid había una fecha marcada en rojo en el calendario: 25 de julio. Semana de Fiestas Patrias peruanas. La capital española, vestida de verano y de nostalgias hispanoamericanas, se convertía por una noche en punto de encuentro para el sonido que nace entre el corazón y el barrio. Bareto volvía a la ciudad para hacer lo que mejor sabe: encender cuerpos y memorias al compás de la cumbia, la chicha, el reggae, el ska, etc, con su amplio abanico sonoro y perfumado con su talento innato.
Previa de alto voltaje con Los Entre Patas
Había una fila larga y bulliciosa en la acera. Mucha expectación en el ambiente. Abrieron puertas e ingresó el respetable. La noche arrancó puntual en su cita con el ritmo en la Sala Mon, en la zona de Moncloa. A las 20:00 hs, banderas de Perú, Ecuador y Bolivia se ondeaban con orgullo, y el murmullo constante dejaba claro que el público no era casual: había emoción verdadera por lo que estaba a punto de ocurrir.

Los encargados de abrir la jornada fueron Los Entre Patas, una banda afincada en Barcelona, con una formación que llegó a reunir hasta diez músicos en escena. Su propuesta: cumbia de callejón, fiestera, con sabor latinoamericano sin filtros. En su efectivo y corto set, encendieron motores y dejaron el escenario en ebullición. Sonaron piezas inolvidables de Los Abuelos de la Nada, de Los Hermanos Rosario y de Gilda, todas reversionadas con ese estilo único y alegre que maneja el grupo. El cierre fue una doble descarga con Pecadora y Lejos de ti, que dejó al público coreando con el pecho abierto. Se despidieron entre aplausos y una gran ovación.
Bareto: dos horas de ritual colectivo
Tras unos ajustes técnicos breves y eficientes, se apagaron las luces. Un rugido anticipado emergió de la sala. Y entonces, como un trueno tropical que baja desde los Andes con destino al alma, Bareto hizo su aparición con la fuerza y la vitalidad de un dios inca inmortal.

La primera nota de Mujer hilandera cayó como un relámpago. Desde ese instante, la conexión fue total. En escena, el carisma y liderazgo de Rolo Gallardo se impusieron con naturalidad: su voz y su guitarra marcar el camino. Los fans lo siguen al unísono. El resto del grupo, sincronizado y enérgico, dio una lección de oficio. El público —mezcla de veteranos nostálgicos y nuevas generaciones que redescubren el sonido de su tierra— entró en trance. Se vivió un karaoke multitudinario desde la tercera canción.
El setlist fue un viaje sonoro a través de la historia del grupo y de toda una región. Temas como A la fiesta de San Juan, Cura Cura, Eres mentirosa y Soy provinciano golpeaban como un latido colectivo. Las voces del público no solo acompañaban: lideraban. Había banderas en alto, lágrimas discretas y abrazos que se apretaban un poco más en cada estribillo.

La producción técnica fue efectiva. Sonido nítido, visuales de altura, luces bien trabajadas para seguir los climas de cada tema, y una puesta en escena sobria y potente. El corazón del show estaba en la música y en la respuesta vibrante de la audiencia. No hizo falta nada más.
Tributos, novedades y emociones sin freno
Uno de los momentos más emotivos de la noche fue el homenaje que la banda rindió a los grandes de la cumbia amazónica y la música tropical peruana. Versiones de Ya se ha muerto mi abuelo de Juaneco y su Combo, El Aguajal de Los Shapis y Eres mentirosa de Los Mirlos fueron interpretadas con respeto, con solemnidad y llevadas al terreno artístico propio de Bareto. El grupo las hizo suyas, y las convirtió en parte del relato colectivo que se tejía en la sala.

También hubo espacio para mostrar material nuevo. Canciones como Maldito Maldito Amor, Como has hecho y Perro Calato, incluidas en su más reciente trabajo Fierro Catre Botella, fueron bien recibidas. El público escuchó con atención, bailó sin dudar y celebró que la banda siga evolucionando sin perder su raíz.
Entre tema y tema, el grupo capitaneado por el talentoso Rolo Gallardo agradecía constantemente: Gracias Madrid por tanto cariño, por hacernos sentir en casa… esta noche es para ustedes. No eran palabras al aire. Se notaba en los gestos, en la entrega, en el sudor.
Antes de concluir quiero agradecer sinceramente a Bareto y a todo su staff, a todo el equipo de la Sala Mon, a deputamadreclub, especialmente a Laura, a todos los fans por facilitarnos nuestro trabajo en todo momento y a Javi, ingeniero de luces de LONGPLAY. Chapó por todos.

Final con bandera y con alma
Llegaba el último tramo. El cierre fue tan certero como emotivo. Primero Elsa, para cantar con las entrañas. Luego Cariñito, esa joya inoxidable que, desde que suena el primer acorde, convierte cualquier lugar en una pista de baile con memoria.
Cuando las luces se encendieron y la música se detuvo, el eco de la última cumbia seguía flotando en el aire. Bareto lo había dicho todo, sin discursos extensos ni artificios. Solo música viva, energía sin pausa, raíces bien plantadas y alas abiertas.
Se fueron dejando una huella nítida: la de una banda que, sin importar el idioma o la latitud, logra que la música sea hogar.
Bareto pasó por Madrid dejando una huella musical y artística imborrable.