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Bunbury convierte el Palau Sant Jordi de Barcelona en un templo de emociones

BARCELONA, 18 de septiembre de 2025. Lo que ocurrió anoche en el Palau Sant Jordi no fue un simple concierto, ni siquiera una de esas funciones memorables que se comentan durante semanas. Lo de Enrique Bunbury fue un ritual compartido, un encuentro de viejos cómplices bajo las enormes cortinas rojas de un circo sagrado. El Huracán Ambulante Tour aterrizaba en la ciudad condal con toda su maquinaria poética y visual dispuesta a devorarlo todo, y así fue. Miles de almas se entregaron a un espectáculo que combinó música, teatralidad y liturgia en partes iguales.

Una apertura de película que encendió el Palau

El inicio fue digno de un gran director de cine. El escenario aún en penumbra, un silencio tenso, y de pronto, el eco envolvente de Otto e Mezzo —el clásico de Nino Rota que musicalizó la cinta de Federico Fellini— reventó los altavoces como un disparo ceremonial. En ese instante, apareció Bunbury, envuelto en una suerte de halo rojo pasión, como un domador de emociones listo para liberar a las fieras.

Bunbury Palau Sant Jordi Barcelona
Foto: Guillermo Coluccio @guillermocoluccio

La reacción del público fue inmediata: un rugido ensordecedor que recorrió cada rincón del Palau. Desde el primer segundo quedó claro que allí no se iba a escatimar en entrega. Y el zaragozano lo sabía.

Rock convertido en circo: escenografía y energía

El setlist arrancó con pólvora: El club de los imposibles, De mayor, El extranjero, Desmejorado. Cada canción, una fotografía distinta de su carrera; cada gesto, una firma en el aire. Las visuales, con claras referencias al mundo circense, sostenían la narrativa: cortinas pesadas, luces rojas, sombras proyectadas como si se tratara de un espectáculo de variedades de otro siglo.

Huracán Ambulante, su banda para esta travesía, funcionó como una máquina perfectamente engrasada: elegante, precisa, demoledora cuando era necesario, sutil cuando tocaba contener el golpe. La química entre el frontman y sus músicos fue evidente, y eso siempre suma puntos cuando se busca más que un recital: una experiencia.

Un viaje emocional entre palabras y heridas

A lo largo de todo el espectáculo, Bunbury repasó su vasta discografía sin encasillarse. Sonaron piezas de Pequeño, El viaje a ninguna parte, Greta Garbo, Flamingos y su más reciente trabajo Cuentas pendientes, entre otros.

Canciones como Infinito, Big Bang y Que tengas suertecita dejaron al público suspendido en una mezcla de nostalgia y agradecimiento. Con Las chingadas ganas de llorar, logró uno de los momentos más viscerales de la noche, mientras que Alaska se recibió como un nuevo clásico. Y cuando interpretó Apuesta por el rock ‘n’ roll, aquel himno inmortalizado por Héroes del Silencio, creado por los zaragozanos Mas Birras, el Palau se transformó en una única voz, unísona, que parecía sostener el techo y las columnas del colosal recinto con cada verso.

No hubo invitados especiales, pero no hicieron falta. El verdadero invitado era el recuerdo, la nostalgia bien interpretada, el viaje emocional que cada canción activaba en los asistentes.

Bunbury como personaje: presencia y teatralidad

A lo largo del show, Enrique Bunbury se mostró afilado, teatral, juguetón, cercano. Sus poses son ya parte del imaginario de sus seguidores, auténticos fotogramas en movimiento. A ratos parecía un personaje sacado de un óleo de Goya, transportado al siglo XXI para enseñar cómo se domina un escenario sin perder la elegancia.

Bunbury Palau Sant Jordi Barcelona
Foto: Guillermo Coluccio @guillermocoluccio

Me permito imaginar cómo hubiera sido un cuadro suyo pintado por el maestro Francisco José de Goya y Lucientes en uno de sus directos. Esa combinación de talento maño seguramente sería la alquimia absoluta del arte.

Su voz, firme y clara durante todo el concierto, desafió el paso del tiempo. No hubo vacilaciones ni concesiones: lo dio todo. Y eso siempre se agradece. Entrega plena en cuerpo, alma y sangre desde el inicio hasta la outro.

Un final de altura (y de corazón)

La primera despedida llegó con Enganchado a ti y Lady Blue, en un cierre emocional que dejó al público con los ojos vidriosos y las palmas rojas. Pero como todo buen maestro de ceremonias, Bunbury no se fue sin antes ofrecer un bis para enmarcar.

Regresó al escenario ante una ovación larga, de esas que no se fingen, no se estudian, no se ensayan. Entregó Parecemos tontos, Serpiente, una emotiva versión de El jinete de José Alfredo Jiménez, la descriptiva El aragonés errante y concluye apoteósicamente la velada con …Y al final, que selló el pacto con sus fans de manera magistral.

Una gira con sabor a leyenda

En éxtasis pleno quedó el público ante los músicos del Huracán Ambulante, quienes se alinearon para el saludo final, visiblemente emocionados, exhaustos y agradecidos. El respetable, de pie, aplaudía como si aún no quisiera soltar lo vivido. Era la penúltima fecha en España antes de que el tour desembarque en Zaragoza, la tierra natal del artista. Y lo cierto es que no podría haber tenido un mejor preámbulo.

Antes de concluir, quiero agradecer a todo el equipo de Criteria Entertainment por su profesionalidad, trabajo y colaboración en todo momento. En especial a Nikki Schmidt y a Fernanda Belard.

Bunbury Palau Sant Jordi Barcelona
Foto: Guillermo Coluccio @guillermocoluccio

En Barcelona, esa ciudad donde Enrique siempre juega de local, se cerró un capítulo más de una historia que no deja de reescribirse con estilo, pasión y una puesta en escena de autor y cautivante.

Porque si en Hamelin hubo un flautista, anoche en el Sant Jordi hubo un artista absoluto. Y miles de almas lo siguieron hasta el final.

Bunbury, su poesía y su espíritu, cautivaron por completo a Barcelona.

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Autor

  • Bunbury Palau Sant Jordi Barcelona

    Redactor, fotógrafo y entrevistador de Arepa Volátil. El riff como capa, la poesía como espada y el rock and roll como sangre bendita. La música, el único escudo. Escritor de pluma honesta, siempre atento a las propuestas emergentes, a los artistas que rompen moldes y con devoción suprema a los dioses de la música. Rockstar a mi manera. Los shows en directo, la sal de la vida.

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