Una noche que Madrid no olvidará: crónica del concierto de Daniela Spalla y Esteman en la Sala Mon
La Sala Mon, con una expectación que se masticaba en la cola desde horas antes de abrir puertas, se convirtió en un pequeño cruce de geografías: seguidores llegados desde Colombia, Ecuador, México, Perú, puntos diversos de España y algún viajero más que terminó encontrando cobijo en esta congregación pop. A las 20:30 h, cuando las luces descendieron, el murmullo colectivo se transformó en un silencio cargado de electricidad. Era la antesala perfecta para lo que vendría.
La apertura: un fuego sonoro inmediato
Una intro envolvente, de esas que avanzan como un vapor espeso, marcó la aparición simultánea de Daniela Spalla y Esteman. El público respondió con un rugido y los artistas encendieron la primera chispa con Amantes, tema que integra su álbum conjunto Amorío (2025). Desde ese instante quedó clara la dinámica de la noche: un matrimonio artístico que alternaba seducción, complicidad y juego escénico con un nivel de precisión que solo se consigue tras horas de vuelo compartido.

Entre miradas cómplices y un primer cambio de vestuario que llegó sin aviso, la dupla avanzó hacia un bloque de canciones que funcionaron como ráfagas emocionales: Estábamos tan bien, Un día en París y Bar de corazones rotos. La banda —guitarra, batería, teclados y bajo— sonó con una limpieza casi quirúrgica, reforzada por un diseño de sonido que ponía cada respiración en su sitio. Visuales cálidas, intermitencias lumínicas y una paleta cromática mutable completaban un escenario inmersivo en el que no sobraba ni faltaba nada.
Un público que fue una sola voz
La fuerza del público creció de forma progresiva. Por momentos, aquello se convertía en un karaoke multitudinario, un coro de acentos mezclados que devolvía a los artistas toda la energía lanzada desde el escenario. La conexión emocional se hizo tan visible que, en más de un pasaje, Daniela y Esteman se detuvieron a observar la sala, como si quisieran captar en la retina un recuerdo irrepetible.

Hubo instantes de vuelo individual: Daniela Spalla dejó su sello luminoso con Pinamar y Lejos de la ciudad, canciones que se expandieron con una elegancia serena. Esteman, en cambio, optó por una entrega más visceral en Noche sensorial y Mar, mostrando un control vocal que atrapó a la sala de inmediato.
Coreografías, vestuarios y una química que sostiene el relato
Los cambios de vestuario fueron constantes, casi una coreografía paralela. Y hablando de coreografías: cada movimiento, cada giro y cada acercamiento entre ambos se leía como un diálogo silencioso. La banda respondía con un aplomo notable, modulando entre pop elegante, cumbia afilada y ritmos envolventes que parecían expandir el espacio.
La secuencia formada por Mr. Trance, Flores y Sicilia provocó un punto de inflexión: el público se entregó a un baile colectivo que retumbó en el suelo de la Mon. La energía subió, se mantuvo y encontró pequeños remansos para respirar sin perder intensidad emocional. Allí estaba el corazón del espectáculo: un vaivén que abría un portal emocional y lo cruzaba de la mano de todos los presentes.
Invitados imaginarios, aplausos reales
La noche tuvo su cuota de anécdotas cuando desde mi posición vi a los dioses más madrileños, Cibeles y Neptuno, quienes se habían acercado hasta la sala. También se contó con la presencia entre el público de figuras como Jorge Drexler y Vanesa Martín. Nadie se quería perder el show.
El tramo final: donde el tiempo aprieta y la emoción estalla
Cronos avanzaba sin piedad, aunque ni los artistas ni el público parecían dispuestos a aceptar que la noche tendría un final. Los últimos compases llegaron cargados de intensidad: No sabes amar, Vete de una vez, Reina Leona, una versión a capela estremecedora de Aeropuerto y Salvaje. Cada una dejó huellas sensibles y un eco prolongado que se demoraba en la sala.

La despedida que es un hasta pronto
Rozando las 23 horas, tras dos horas y media que se sintieron como un destello, Daniela Spalla y Esteman se abrazaron en el centro del escenario mientras la sala rugía. La última postal fue un mar de brazos alzados, luces cálidas y rostros encendidos. Lo que dejaron en Madrid fue más que un concierto: una marca emocional que muchos llevarán tatuada durante mucho tiempo.




