Las Rodes incendian Madrid con un arranque de gira que late a compás propio
La noche en la sala But de Madrid tenía ese brillo previo a los grandes estrenos. A eso de las 20:00 h, mientras el local terminaba de llenarse, un DJ agitaba al público con una playlist calibrada para avivar la sangre. Los primeros coros espontáneos, los móviles flotando a media altura y el murmullo eléctrico del respetable dejaban claro que el pistoletazo de salida de la nueva gira de Las Rodes no pasaría desapercibido. El dúo cordobés, formado por las hermanas Amara y Coral, aterrizaba en la capital, transformándola en su casa con una mezcla de aplomo y cercanía que pocos artistas manejan con tanta naturalidad.
La apertura: humo, saxofón y un rugido colectivo
La pantalla central marcaba el lema del tour: Hasta que calle el alma. El respetable rugió, y la reacción fue tan inmediata que pareció ensayada. Entre una nube de humo y un juego de luces, la banda atacó una introducción guiada por un saxo que reimaginaba la mítica melodía de Cazafantasmas. Apenas unos segundos y la pieza enlazó con Loco, suficiente para desatar una euforia de gol en el último minuto. Las voces de la sala ahogaron incluso algunos coros de escenario, síntoma inequívoco de un público entregado.

Vestidas en un total black look sobrio y elegante, Amara y Coral aparecieron con la sonrisa amplia de quien disfruta la gira desde la primera nota. El escenario, nutrido por batería, teclados, percusión, bajo, saxo y un DJ que entraba y salía según el pulso del set, sonaba sólido, compacto y sin fisuras: un barco sonoro con ellas al timón.

El corazón del concierto
Voces, compás y una But convertida en karaoke
El viaje continuó con Ella es mi sueño y La Distancia. La sala But, que rondaba el aforo completo, vibraba como un solo cuerpo. Había palmas incluso desde las columnas laterales, ese rincón donde los tímidos suelen refugiarse. Nadie quiso quedarse fuera del compás.

La química de las hermanas se amplificaba en escena. Se miraban, se reían, se cedían espacio. No había artificios, solo oficio y una naturalidad que hace que el virtuosismo parezca sencillo. Cada gesto encontraba respuesta al instante: una mano al aire de Coral, y la mitad de la sala imitaba el movimiento; un guiño de Amara, y el público se adelantaba al siguiente verso.

Momentos de piel: India Martínez en ausencia y presencia simbólica
El bloque más emotivo llegó con Ya no tengo nada y Ya no duele. Esta última, conocida por su versión original junto a India Martínez, provocó un estallido emocional desde el primer acorde. El público comenzó a cantarla antes que las propias artistas, arrancándoles una sonrisa que decía más que cualquier discurso. Tras ese inicio espontáneo, las hermanas pidieron grabar una versión a capela para enviársela a la artista cordobesa. Fueron unos segundos cargados de delicadeza antes de que interpretaran la canción con un sentimiento que dejó la sala en un silencio reverencial.
Carisma, reflexión y un final a la altura
Entre canciones, Las Rodes se permitieron bromear con las peticiones del público, que reclamaba títulos desde todos los rincones. También hubo un pequeño paréntesis reflexivo sobre el uso de los móviles en los conciertos: una invitación suave a mirar más y grabar menos.
Antes de concluir quiero agradecer especialmente a Jimmy y a Ocho y Medio Club por su profesionalidad, amistad y colaboración en todo momento, y al staff de OneRpm por su trabajo incansable liderado por Arantxa.

La recta final tomó velocidad con Caprichosa y Amándote, ejecutadas con una energía casi deportiva. Para el cierre eligieron Leyenda del tiempo, un himno que la sala recibió de pie y con piel de gallina generalizada. El reloj bordeaba las 22:35 cuando la última nota se desvaneció y la ovación final sacudió la But como un terremoto emocional.
La primera parada madrileña del tour deja una conclusión sencilla: Las Rodes no solo consolidan presente, también dibujan futuro. Y lo hacen con elegancia, verdad y un dominio del directo que ya empieza a ser su sello.









