Hay artistas que llenan escenarios y hay leyendas que inauguran catedrales. Anoche, 26 de diciembre, Valencia no solo albergaba el último concierto del año de Loquillo; asistía a la consolidación de un mito que, tras 47 años de carrera, sigue mirando al futuro por encima del hombro. El escenario no podía ser otro: el Roig Arena, que rozó el lleno absoluto para recibir la gira Corazones legendarios.
La escenografía ya advertía de la comunión con la ciudad: una camiseta del Valencia Básquet personalizada con el nombre del artista presidía las tablas, un guiño al pasado baloncestista del barcelonés y un puente tendido a la afición local.
El inicio: El rugido de las calles
Siete minutos pasaban de las nueve de la noche cuando el redoble de tambores rompió el murmullo de la expectación. La banda, un ejército perfectamente engrasado, tomó posiciones para dar paso a la figura espigada y eterna del Loco. La ovación fue ensordecedora. Arrancar con En las calles de Madrid fue un golpe de autoridad; Loquillo demostró una forma física y vocal envidiable, dejando claro que los años, para él, son solo galones.
Sin respiro, encadenó Línea clara y María, con un público entregado que no permitió que se escuchara ni un solo silencio entre versos. El concierto fluyó entre himnos como Sol y esa magnífica relectura de Johnny Cash que es Hombres de negro, donde la banda exhibió su músculo más pantanoso.

De Badalona a Valencia: El homenaje a Pedro Martínez
A mitad de velada, el artista rompió su habitual mutismo para regalar una de las anécdotas de la noche. Recordó sus tiempos de juventud en las canchas de Badalona, antes de que la mili se cruzara en su camino. Relató cómo vio entrenar a un joven persistente al que animó a no rendirse: aquel chico era Pedro Martínez, actual técnico del Valencia Básquet y hoy reconocido como el mejor entrenador de Europa. Un homenaje de veterano a veterano que puso en pie al pabellón.
El clímax: Del foso al firmamento
La temperatura subió varios grados con El rompeolas. El rugido de No hables de futuro, es una ilusión se convirtió en el mantra de la noche. Tras la vibrante Memoria de jóvenes airados, llegó el momento del respeto: un sentido homenaje al recientemente desaparecido Jorge Ilegal, antes de continuar con la elegancia de Rock suave y la declaración de principios de El último clásico.

Uno de los momentos más mágicos ocurrió cuando el Loco abandonó el escenario para bajar al foso. En distancias cortas, saludando a las primeras filas sin dejar de cantar, Loquillo recordó por qué es un animal de escenario. A esto le siguió la fiesta de El rey del glam y una Rock and Roll actitud que hizo retumbar los cimientos del Roig Arena.
Recta final: Un Cadillac hacia la eternidad
El tramo final fue un vendaval de nostalgia y presente. La mataré, Besos robados y El ritmo del garaje prepararon el terreno para el asalto definitivo: Feo, fuerte y formal y la inevitable Rock and Roll Star.
Pero el tiempo se detuvo cuando sonaron los primeros acordes de Cadillac solitario. El himno por excelencia de nuestra música cerró una noche perfecta, dejando en el aire esa mezcla de melancolía y euforia que solo los grandes saben gestionar.

Veredicto
Loquillo ha vuelto a Valencia para certificar que el rock no ha muerto; simplemente ha encontrado una nueva casa en el Roig Arena. Con una victoria absoluta, el Loco despide el año demostrando que sigue siendo el jefe y que su banda es el mejor ejército para defender un legado que es puro presente. Valencia anoche no solo fue más rockera; fue un poco más leyenda.




