A mediados de los 80 y luego de un fantástico debut, Los Prisioneros sacudieron nuestras mentes con un adelanto de su segundo disco: una canción que, a ritmo de tecno pop, contenía una valiente protesta contra la crisis en que la dictadura de Pinochet tenía sumida a Chile.
El tema en cuestión es «Muevan las industrias» y, si me apetece escucharlo en esta luminosa mañana caribeña, se debe al meme de Bad Bunny en Instagram, con una luz de bengala y el irónico comentario de un amigo mío: «La industria discográfica premia al show pirotécnico del año». Te explico…
La «industria discográfica» no existe; eso se acabó desde que el montón de gente que podía vivir de la venta de discos tuvo que reinventarse. De hecho, un porcentaje ínfimo de artistas pueden vivir de lo «facturado». La industria discográfica que antes era parte de un monopolio que incluía televisoras, circuitos de radio, prensa escrita, cadenas de discotiendas y un largo etcétera, simplificó su estructura de manera proporcional al auge de las plataformas digitales para compartir y disfrutar música e, inevitablemente, mutó a una bestia (aún más) desalmada: «la industria del entretenimiento» o «show business». Ya no sirve vender canciones; hay que vender fantasía, un estilo de vida que convirtió a los artistas en influencers y al arte en algo secundario.
En 2022, esta industria del entretenimiento concedió 9 premios Billboard Latino a Bad Bunny, 4 a Farruko, 3 a Karol G y 2 a Rauw Alejandro. Por otra parte, J Balvin recibió una distinción como «Agente del Cambio» en los Premios Juventud, y Daddy Yankee se alzó con el Premio «Leyenda» en los Hispanic Heritage Awards. Para mí, el gran ganador es la mano que controla el AutoTune.
Si corren tiempos perros, perrea, pero yo voy a escuchar a No Light No Water, porque me gustó su disco.