Sala Mon, Madrid – Noche frenética de espiritualidad digital
La noche en la Sala Mon comenzó cuando Peces Raros decidió abrir un portal distinto al habitual. Una introducción de respiración profunda —sintetizadores largos, graves tibios, un soplo que parecía humano— anunció que aquello no iba a ser un concierto corriente. El humo era tan abundante que funcionó como un asistente más; un espectador sin voz que se movía entre las cabezas y contagiaba un clima de misterio. La sala, llena hasta su último resquicio, reaccionó incluso antes del primer golpe rítmico.
Después de conquistar plenamente México, Suecia, Países Bajos, etcétera, el grupo rubricó con una actuación de altísimo nivel en la capital ibérica, como es llevar la música a un nivel mas allá de lo humanamente conocido.
Primera sacudida: el reencuentro
Apenas unos minutos después, la banda argentina disparó Desaparecer. La conexión fue inmediata, como reencontrarse con un primer amor sin aviso previo. Desde las primeras estrofas, Lucio Consolo sostuvo la voz en un punto perfecto entre lo contenido y lo visceral, mientras Marco Viera manejaba los cimientos electrónicos con precisión quirúrgica. El público entró rápido en trance: cuerpos que comenzaban a balancearse, puños que marcaban el beat, coros espontáneos que parecían nacer de la misma sala.
En directo, el dúo se transforma en un quinteto que combina sintetizadores, guitarras, batería y texturas digitales de verdadero elixir. Prolijos, afilados, contundentes, y con una presencia que en Madrid juega a favor: aquí se sienten locales. Lo evidenciaba el aliento continuo del público, que funcionó como un motor compartido.
El sendero que construyen
Con Cerca, Fabulaciones, En efecto y Girando en falso desplegaron un tramo del set en el que la electrónica se volvió guía sensorial. Las luces, diseñadas en haces finísimos que cortaban el humo como si fueran bisturís lumínicos, acompañaron cada subida. Había momentos en los que la banda parecía una seda congelada: fría, precisa, filosa. Y cuando el hielo se derretía, el sonido acariciaba el alma en forma de pulsos graves.
La Sala Mon completa se convirtió entonces en celebración. Una fiesta transversal donde cada cual encontraba su punto exacto de liberación. Hubo sonrisas, abrazos, gritos catárticos y esa sensación de que vivir cuesta vida, pero qué bien pagada queda, cuando un show logra alinearlo todo. Madrid vibraba con la liturgia digital de Peces Raros.
El viaje completo: más de una década resumida
La actuación, que terminó rozando las dos horas, repasó la trayectoria de más de diez años del proyecto, incluidos pasajes de Desconfiguración Vol. 4. Entre fanáticos que habían seguido la reciente actuación del grupo en el estadio de Estudiantes de La Plata, y otros que los descubrían por primera vez en esta gira europea, emergió una certeza compartida: Peces Raros ya juega en la liga de referencia mundial.
Cuando sonaron Barrio Adentro, Óxido, Nada Para Siempre y Cicuta, el respetable respondió sin reservas. No hubo invitados ni discursos extensos; la banda dejó claro que su lenguaje vive en los acordes. El beat latía como un corazón de colectividad.
La mitad que no afloja
Llegado el ecuador del set, la energía no cayó ni un milímetro. El público continuó cantando como si no existiese mañana, mientras el grupo guiaba por un sendero de electrónica y rock impecablemente dosificado. Hubo momentos en los que la conexión excedía lo físico: un hilo invisible unía instrumentos y cuerpos, y la sala entera se movía al mismo compás.
Clásicos como Insuficiente, Artificial y A donde quieras se recibieron con una devoción casi ritual. Los tejidos electrónicos eran hipnóticos, una especie de mantra compartido que se instalaba en el centro del pecho.
Recta final apoteósica
En los últimos minutos, el quinteto pisó aún más el acelerador. Héroes del bar sonó épica; El edén desató gritos que parecían surgir desde el estómago de la sala. Y la despedida llegó con Clericó, explosión final que desató un océano de aplausos. El reloj marcaba las 23 horas cuando el último eco cayó y la banda dejó el escenario. Nadie se movía. La gente se tocaba el pecho, quizá para verificar que aquello había sucedido de verdad.
Atronadora ovación recibió la agrupación tras finalizar su directo, el cual, ya se encuentra escrito con tinta sagrada en las paginas doradas del libro de la música de España.
Antes de concluir, quiero agradecer especialmente a Lucia Monsalve de SONDE3 por su magnifico trabajo, a todo el personal de la sala por su profesionalidad y ayuda en todo momento, capitaneados por el gran Edu y al ingeniero de sonido de Mon, el querido Borja Bueno, quien a través de las consolas, hizo una excelsa tarea. Por mas conciertos junto a esta increíble crew.
Peces Raros no pasó por Madrid. La arrolló, la reconfiguró y la dejó suspendida en un latido único y permanente.
