Pignoise convierte el Autocine de Madrid en una final ganada
El Autocine de Madrid tenía ese brillo especial de las noches que intuyes importantes antes de que pasen. Era Pignoise Day, aunque después de lo vivido el nombre se quedaba corto. Más que una fecha señalada, fue una forma de entender la vida. Madrid, con una fina lluvia cayendo sin molestar, parecía sumarse al plan: foodtrucks alineados, barras de aire cincuentero y una sensación compartida de que algo grande estaba a punto de ocurrir. El Pignoise Day, después de lo vivido, me permito cambiarlo a Pignoise Life. Porque su música, su espíritu desafiante y el talento son señales de cómo entienden la vida.

La entrada a la carpa Lenovo The Garage confirmaba el presagio. Todo estaba pensado para que el público se sintiera parte de la historia, desde la producción hasta el merchandising. Camisetas cuidadas al detalle, con guiños futboleros inevitables tratándose de Pignoise. La blanca de manga larga, estética ochentera, logo bordado y el diez a la espalda, se convirtió en uniforme oficial de la noche. No me pude resistir y adquirí una en stand de Merchandtour.
El pitido inicial
Pasadas las nueve de la noche, las luces bajaron y por los altavoces empezó a sonar Captain Tsubasa. Lo de Oliver y Benji no es solo nostalgia: es código compartido. Miles de gargantas cantando al unísono mientras Héctor Polo, Álvaro Benito y Pablo Alonso aparecían entre una ovación cerrada. El partido estaba en marcha.

Sin rodeos, Perder el tiempo abrió el set con la energía exacta para poner el recinto a latir. Pignoise no vino a tantear el terreno. Andar perdido y Sigo llorando por ti llegaron casi sin pausa, encadenadas como si el grupo quisiera dejar claro desde el principio que esta noche no había freno. El público respondió con cuerpo entero: saltos, coros y una comunión que se notaba tanto en las primeras filas como al fondo de la carpa.

Un directo que se mete bajo la piel
La conexión fue inmediata y sostenida. No era raro ver generaciones mezcladas, padres e hijos compartiendo estribillos y hasta algún personaje navideño infiltrado haciendo pogo. Creo que vi a The Grinch entre la multitud abrazarse con un fan vestido de cerdo rosado gigante. Las visuales, proyectadas en una pantalla central de gran formato, acompañaban sin robar protagonismo, reforzando la experiencia inmersiva.
Las canciones de Las Ganas, su disco más reciente, se integraron con naturalidad en el repertorio. Las promesas que se van, Cama vacía, Sin ti, Quiero o Atardecer sonaron frescas, con el público ya haciéndolas suyas. En directo, el trío se convierte en cuarteto gracias al apoyo del guitarrista Sergio Santabárbara, y ese refuerzo se nota: más capas, más músculo, más recorrido sonoro.
Bordando el juego
A mitad de concierto, Pignoise ya tenía el control absoluto del ambiente. Las horas muertas, Nada podrá salvarte, Por verte o No vale entristecer mantuvieron la intensidad. El karaoke colectivo no decayó ni un segundo y el sonido respondió con solvencia, potente pero claro, algo que no siempre es fácil en un recinto de este tamaño.

Con más de veinte años de carretera, el grupo maneja los tiempos con oficio. Hay espacio para respirar, para mirar al público, para dejar que los coros se estiren unos segundos más de lo previsto. En mi habitación, Sube a mi cohete, Celos, Todo me da igual y Dame tres días dibujaron ese aroma tan reconocible al pop-rock español que forma parte de la memoria sentimental de muchos.

El epílogo inevitable
El reloj avanzaba sin piedad y el final empezó a asomar. Te entiendo y Estoy enfermo prepararon el terreno para el cierre definitivo. Nada que perder arrancó con el público cantando solo, sostenido apenas por la banda, en uno de los momentos más emotivos de la noche. Cuando Álvaro Benito se sumó con la voz, la carpa tembló.

Pasadas las once y media, The Ramones sonaban por los altavoces mientras la banda se despedía entre aplausos largos y sinceros. En las caras del público, satisfacción absoluta. En las de Pignoise, la certeza de haber firmado una actuación redonda, de once titular, de esas que se recuerdan para siempre.
Antes de concluir, quiero agradecer a Juanjo Sánchez de Innercia Entertainment Spain por su profesionalidad y ayuda en todo momento, a Andrea Azcona de The Music Republic su enorme trabajo y al querido Miguelo de Suspiria Producciones por su amistad y por su incansable labor para que todo transcurriera de forma excelente. ¡Chapó por todos!
De Madrid al cielo, sí, pero antes, siempre, con una parada obligatoria en un concierto de Pignoise.




