Hay sagas que se desgastan cuando la propuesta cinematográfica que van ofreciendo con los años se va depreciando por la mala calidad de sus guiones, sus lamentables actuaciones y peores direcciones.
Eso sucedió paulatinamente con «Depredador». Luego de la primera entrega con Arnold Schwarzenegger, fue cayendo en un voraz hoyo negro de mediocridad. Pero, cuando se creía ya insalvable y que solo faltaban posiblemente títulos como «Depredador contra Freddy Krueger» o «Depredador Master Chef», llega «Prey» y la historia del cazador alienígena de trofeos óseos resurge cómo ave fénix.
«Depredador: La presa» tiene todos los ingredientes necesarios para un buen blockbuster, y Amber Midthunder lo tiene todo para ser la digna sucesora de Schwarzenegger, con una respetable dirección de Dan Trachtenberg (quien nos regaló la genial «10 Cloverfield Lane»).
Acá nos llevan 300 años atrás a tierras apaches, sin las ametralladoras y las granadas de la primera película. En esta ocasión nos muestran la destrezas indígenas para cazar y acechar, magníficadas por el tío Hollywood, desde luego. No podía faltar integrar la historia a los temas actuales, los del año 1719. En este caso, el empoderamiento femenino.
«Prey», o «Depredador: La presa», es cruda, salvaje y, sobre todo, entretenimiento en su estado puro, con un desarrollo de trama bien llevado y un Depredador bien hijo de su madre. Y antes de que salgan los puristas a decir que es exagerada y demasiado fantasiosa, recuerden que están viendo un alienígena en pantalla. No es la historia de la revolución francesa, ni las memorias de un maquinista de principios de siglo. Hagan palomitas de maíz y disfruten «Prey».
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