La discusión sobre el rock y el reggaetón me aburre y, seguramente, también a ti, así que dejaré en claro desde el principio lo que creo al respecto, sin que esto constituya LA verdad o pretenda irrespetar a nadie por tener una opinión propia: El reggaetón no aporta NADA, pues musicalmente es un derivado del dembow y el hip-hop, adoptó la estética de éste último y se apropió del baile propio del dancehall jamaiquino (para convertirlo en “perreo”). Pero hay que admitir que el rock tampoco nos ha dejado nada nuevo en los últimos años.
Cuando era chamito, los amigos del colegio me contaban que sus hermanos mayores tenían discos (vinilo, por supuesto) en los cuales se reproducían mensajes satánicos si los girabas en sentido contrario. Si yo relatase eso a mi hija, seguramente se reiría de su padre, quien jamás le ha prestado demasiada atención al Reggaetón, pero reconoce que es capaz de seducir a los jóvenes con mayor facilidad que el viejo rock & roll y, si te cuesta creerlo, ni siquiera debes analizar a sus grandes referencias; basta con fijarse en Tokischa Peralta: el primer minuto de su canción “Delincuente” infartaría a los antiguos censores de la radio.
Ahora bien, más allá de que el sexo venda, su vida es mucho más interesante que la de el rockero más legendario que yo conozca: Nace en la pobreza extrema, su mamá la abandonó y su papá cayó varías veces preso (otras tantas, se fugaba), se declaró bisexual, ejerció la prostitución, fue víctima de las adicciones, “rebusque” con su cuenta en OnlyFans (que aún mantiene) y, de la nada, graba “Pícala” en 2018 y comienza un ascenso meteórico que incluye estar en la banda sonora de películas, reportajes y colaboraciones con J Balvin, Anuel y Rosalía (con quien se besó en los Billboard Latin Music Awards, escalando en las celebraciones del Orgullo en New York, al hacerlo con Madonna).
En fin, he aceptado que mis gustos son el equivalente a la Sonora Matancera para mis papás y, lo que puede sentir mi hija al respecto es lo que sentía yo sobre los interminables cassettes de 90 minutos con los cuales me torturaban camino a Higuerote. Eso me ha dado paz y, a Tokischa, fama y fortuna.