Escuché decir, mientras hacía fila para el Club Tempo en Madrid, que RottenFish era una especie de fusión cultural que reinventa el hard rap. También oí algo sobre cómo abordan temas de interés popular desde una “trinchera social” —ni idea de por qué la pelirosada usó esa palabra— con un enfoque muy genuino.

Pero cuando los escuché, sentí una especie de dislocación entre lo que me decían y lo que realmente transmitía la banda. Más que nada porque su catálogo es joven, sobre todo si indagas en Spotify o Apple Music. Sabía que tocaban rock, y fue fácil asociarlos con bandas tributo a Sum 41, Green Day o Mägo de Oz. Lo que no podía esperar fue que me gustasen tanto.
La promesa que viene del futuro
Rottenfish, si me permiten la licencia, fue una sorpresa irónica por la frescura con la que abordan el escenario. Pensé, pensé que resonarían más con mi papá que conmigo, pero cuando subieron a escena, encontré que es difícil catalogarlos.

Descubrí un sonido que no solo escapa del marco generacional, mientras trae el ácido del rock norteño de los 80 y 90 —Molotov, Cypress Hill y Papa Roach— al presente… Y con gran dignidad. Si Molotov hiciera No Hands (2024), de Joey Valence & Brae, ponle. Eso me transmitieron.
La intervención de Méndez al final de Let’s Ride fue otra sorpresa interesante. El rapero venezolano se mueve entre las inquietudes del grimey rap: crudeza, ritmos cargados de tensión y vocales muy corporales. Algo similar a la obra de Lil Supa, 3m5 y Nichess One en sagas como Metal, La Maldita Infamia o Zen P. Y no piensa quedarse ahí: también explora un elemento de conciencia social que, aunque algunos ya lo tenemos bien saboreado, sigue tocando fibras y hay quien todavía se conmueve. Creo que es válido.

También se valen —cómo no— de arreglos musicales galácticos, para sonar como un ángel celeste que vuela muy cerca del sol. La imagen colorida no es gratuita: el DJ, Ernesto, encarna un estilo y un criterio casi celestial que sella el guiso a la perfección. Como el juguito de una arepa. Y aclaro que esta comparación entre divinidad y arepa tampoco es gratis.
Para mí, Rottenfish es una promesa con carácter, que usa ritmos vertiginosos y cambios electrizantes para sumar al hard rap de hoy. Espero que sigan haciendo temblar al público por mucho tiempo, y que su aporte a la música —mayormente hecha por venezolanos— siga brillando alto, desde esta o cualquier trinchera.