En un mundo donde la vulnerabilidad suele esquivarse, ROUSS decide enfrentarla de frente. Con Ángeles y demonios, su cuarto adelanto de álbum, el artista abre un capítulo musical marcado por la introspección, la tensión emocional y una producción que deja espacio para el susurro, la ruptura y la pausa. Esta nueva entrega ya está disponible en plataformas digitales, consolidando una propuesta que se aleja de lo impostado y se acerca a lo humano.
Un diálogo crudo entre expectativas y realidad
Tras el matizado mensaje de esperanza de Ansiedad, ROUSS elige ahora no ofrecer salidas fáciles. Ángeles y demonios surge como una confesión a media voz, una pieza que nace de la fatiga emocional de no sentirse nunca del todo bien, del desgaste de arrastrar por años la presión de alcanzar metas que se desdibujan. El tema expresa, sin adornos, una lucha interna constante: “abraza ese sentimiento de no estar contento del todo contigo mismo por no haber llegado a tus metas”, en palabras del propio artista.
Esta nueva canción no pretende levantar el ánimo ni ofrecer fórmulas de superación, sino servir de espejo para quienes sienten que habitan un mismo bucle emocional. Un vaivén entre luces y sombras, entre los ideales que nos empujan y las dudas que nos detienen.
Un sonido medido al borde del colapso
La producción, delicadamente ajustada, respira al ritmo de esa fragilidad. La voz de ROUSS transita por atmósferas de tensión contenida, acompañada por una instrumental sobria que refuerza el carácter íntimo del tema. Todo se construye para que la emoción no se imponga, sino que fluya. El resultado es una pieza que late con honestidad y que, sin dramatismos, cala hondo.
La portada del single, nuevamente ilustrada por Joel Abad, se suma al imaginario estético que está definiendo esta etapa del artista. Un universo visual que complementa la identidad sonora y narrativa del nuevo álbum.
Ángeles y demonios no busca resolver el conflicto, sino ponerle voz. Y al hacerlo, ROUSS confirma su intención de hablar sin máscaras, de componer desde un lugar real. Una música que no grita, pero que se queda. Y que acompaña.