Como ustedes ya saben, amo el cine; y, como buen cinéfilo, debe haber algo que detonó ese amor por él. El responsable es Steven Spielberg, quien en mi infancia me regaló esa maravillosa película llamada «E.T.» Recuerdo perfectamente cada instante de esa primera vez cuando mi madre me llevó al cine: las butacas de tela roja, el olor a cotufas, la sala a media luz y aquella gran pantalla delante de mí, que me maravilló al comenzar a proyectarse en ella unas publicidades de cigarrillos y Viasa, y luego un par de tráilers (solo recuerdo el de «Tron»).
Luego recuerdo cada fotograma de «E.T.» y mis lágrimas porque muere, revive y al final se va a casa. Así que el señor Spielberg es el causante de mi amor al cine. Unos 40 años después, Steven me regala una película que trata de su vida y de cómo inició su amor al cine. Y les puedo decir que me gustó mucho «The Fabelmans». No es para nada la mejor película del director, pero el mostrarnos parte de su infancia, adolescencia y juventud, y cómo fue creciendo su pasión por ese arte, lo hace para mí un filme muy especial.
Spielberg nos va mostrando de manera muy humilde parte de su biografía, sin caer en egocentrismo ni en cursilerías. Todo lo hace de una manera tan natural, tan orgánica, que te vas dejando llevar por la historia de los Fabelman, con una fotografía sublime y un soundtrack acorde con todo lo que va sucediendo en el filme.
Las actuaciones son geniales. Desde Michelle Williams y Paul Dano (como los padres de los Fabelman, hasta la increíble actuación de Gabriel LaBelle como Sammy (Spielberg). Empatizas con cada uno de ellos.
«Los Fabelman» es una oda de Spielberg al cine. Es como un agradecimiento de un gran director a la magia cinematográfica, y una forma de ser protagonista de su propia película sin serlo al mismo tiempo. Solo Spielberg podía hacerlo. Gracias por darnos tantas horas de entretenimiento, por contar tantas historias tan diversas y por llevarnos a mundos que solo existen en el celuloide y en nuestras mentes.
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