Tras casi tres décadas rodando y soñando con este momento, Tomates Fritos finalmente aterrizó en España. Dos fechas muy esperadas, Barcelona y Madrid, que marcan una nueva etapa; ahora sí, la banda abrió una ruta real hacia el viejo continente.
Personalmente esperaba este momento con mucha expectativa. No solo por verlos sobre un escenario distinto, sino porque tenía ese nudo bonito de haber recorrido con ellos un país entero: alegrías, tristezas, trasnochos, salas pequeñas, escenarios improvisados, viajes, noches eternas, caos, pruebas de sonido infinitas… De alguna manera, volver a verlos aquí fue reencontrarme con todas esas versiones de nosotros mismos. Madrid no defraudó: se sintió como regresar al Tiburón Club o a El Duende Bar. Amigos, abrazos, risas y ese calorcito en el pecho que solo la música de casa puede provocar.

La noche abrió con Golden Side, proyecto formado por antiguos miembros de Los Daltónicos. Debo admitir que, hasta hablar con Aarón (voz), me costó entender del todo el concepto. Justamente ahí está la intención: moverse con libertad entre géneros, siempre con esa base electrónica y la guitarra como ancla. Sus temas y covers se sienten como un experimento que aún se está formando, con un potencial. Ojalá ver hacia dónde llevan ese hilo sonoro en el nuevo camino de Carlos Dalton, Jorge Arismendi, Andrés Arape y Aarón Marfil.
Tomates Fritos: un reencuentro necesario
Volviendo a lo que verdaderamente fui, y siendo tan objetiva como puedo serlo con “mi banda”, se nota cuánto han crecido. La Bella City, su disco más reciente, les ha dado un sonido distinto. Abrieron con Nada que hacer y Me Haces Bien junto a Carlos Angola en el bajo, marcando el inicio de una noche que se movió entre lo nuevo y lo entrañable.
Siguieron con la icónica Nadaré hasta llegar y Hombre Bala, tema que da también nombre a su tercer disco (Si obviamos el EP La Primera cosecha).

Y a partir de ahí, la sala Nazca se convirtió en un viaje por varias etapas de la banda: Vero, Me cansé, Calma, Aunque me falle tu querer, Te molesta y Sister Saigon. Antes de empezar con estos temas, comentaron lo complicado que puede ser armar un setlist, sobre todo cuando quieres complacer a tanta gente que ha puesto años de historia en tu música.
No recuerdo abrió paso a un momento clave de la noche porque le dio paso a un tema que hace años escuchábamos sin imaginar que, con el tiempo, Camino se convertiría en una especie de punto de anclaje para quienes migramos y para quienes se quedaron. Camino es un tema que duele y abraza al mismo tiempo.

Un cierre que abre caminos
Llegó el momento de Mi cura, mi enfermedad y ahí sí lloré, se me quebró la voz. Era imposible no sentirme así. Ver a Tomates Fritos desde el otro lado del escenario, sin estar corriendo detrás en el backstage, sin hacer el setlist, sin preocuparme por cuerdas rotas, ni por si tenían agua o había llegado la comida y, por supuesto, por tener el ritual de siempre, cuando yo misma le amarraba la bandana a Cash minutos antes de salir a tocar. Todos esos sentimientos me atravesaron de golpe. Fue como cerrar una etapa que nunca supe bien cómo cerrar, fue necesario. Ellos son, de verdad, Mi cura y mi enfermedad. Los extraño, los quiero, y el pasado 25 de noviembre saldamos una deuda emocional y de amistad laboral que llevaba años. Ni ellos ni yo éramos del todo conscientes.
Justo después tocaban Multicolor, Granola, Eterna soledad, Me veo sin ti y, por supuesto, Tripolar, mientras toda la sala cantaba como si el tiempo no hubiera pasado.
Cerrar con Churun Meru y verlos como power trio Kike, Rex y Max fue como volver al inicio, pero con toda la experiencia que los ha moldeado. Incluso cuando Rex tuvo un pequeño “peloncito” en un tema, todo fluyó con una energía tan natural que solo confirma lo grandes que son. Mantienen la vara altísima. Verlos aquí, en Madrid, fue un regalo adelantado de Navidad..

Fue hermoso reencontrarme con tantas personas que la música me regaló: Diana, Meme, Marco, Mario, Gilberto, Keko, Yess, Juno, Colls, Chica, volver a cantar el Chino… recibir videos desde Barcelona… y sin mencionar a muchos más que claramente no estoy nombrando, pero que estuvieron ahí y lo llenaron todo de cariño y memoria. La Sala Nazca fue un lugar muy acertado para su primera vez en Madrid. Ojalá los años nos regalen muchos conciertos más por este lado del mundo.
Larga vida a Tomates Fritos.
Y mar** el que lo lea.




