Ultraligera cierra un ciclo inolvidable en La Riviera: cinco noches de pura electricidad
El cielo de Madrid lloraba el martes 21 de octubre. No de pena, sino con ese tipo de lluvia fina que cae cuando algo grande ha terminado y la ciudad necesita digerirlo. Porque esa noche, Ultraligera ponía el punto final a sus cinco sold outs consecutivos en La Riviera, templo laico del rock madrileño, en lo que fue mucho más que una gira: un exorcismo colectivo, una celebración sonora, una despedida vibrante.

Desde primera hora, la cola serpenteaba por la orilla del Manzanares, con un público entregado que no venía solo a escuchar: soportaba estoicamente las caricias del tiempo lluvioso y acudía a participar de algo más grande. Como si fuera una liturgia, sabían que cada acorde, cada letra y cada gesto serían parte de un relato que ya empieza a tomar tintes de leyenda.

El inicio del fin
Cuando Ultraligera estrenó el primero de estos cinco conciertos como parte del cierre de su Gira Vibra Mahou, una ruta que les llevó por algunas de las salas más emblemáticas de la geografía española, aquel día arrancaron el final de un viaje. El martes lo cerraron con un broche tan elegante como ardiente.
A las 21 horas, tras una espera tensa, impaciente, entre neones rojos, humo denso y los susurros de una audiencia expectante, se apagaron las luces. Un mar de móviles alzados recibía a sus héroes, quienes bajaban por unas escaleras laterales, protegidos por sus caretas, y cruzando la marea de fans tomaban sus posiciones en el altar —otrora escenario de La Riviera— para ofrecer su última ceremonia.

El estruendo de los primeros acordes y la descarga fue inmediata: La basura abrió la noche con una furia medida, eléctrica, casi ritual. El cable del micro serpenteaba como una extensión nerviosa del cuerpo del vocalista Gisme, mientras soltaba versos como si le quemaran en la garganta.
Si tú supieras vino justo después, bajando revoluciones pero subiendo emociones. En ese punto, ya nadie se estaba guardando nada.

Las guitarras como columna vertebral
La banda defendió con uñas, dientes y mucha elegancia su último trabajo, Pelo de foca, un disco que ha crecido en directo, como debe ser. Las guitarras tomaron el mando con precisión quirúrgica, pero sin perder ese filo que convierte a Ultraligera en algo más que una banda de rock: una máquina emocional.
Gisme se mostró suelto, cómodo, como quien juega en casa rodeado de amigos. Y eso era exactamente lo que pasaba. Sus compañeros hacían honor junto a él a esa palabra en la lengua de Shakespeare que sirve para tocar y recrearse a la vez, y que acompaña a estos inmensos artistas como capa en sus aventuras en vivo.

Sofás dorados y alma a flor de piel
La segunda parte del concierto se volvió más íntima, más cálida. El escenario se transformó: sofás bajos, luces doradas, atmósfera de salón. Una puesta en escena cuidada al detalle. En ese entorno, Carlos se sentó al piano para interpretar junto a los músicos del combo madrileño Nunca nadie, asociada —según confesó el propio Gisme— a un momento oscuro. La voz sonaba más baja, casi susurrada, y la sala entera se alineó en un respetuoso silencio.

Previamente, sometieron a votación popular entre Nunca nadie y Mírame. Ganó esta última. Sus texturas envolvieron el aire como seda fina, mientras el público acompañaba con una devoción casi religiosa.
Anteriormente en Europa, la sala explotó. No hubo necesidad de fuegos artificiales: bastaron las miradas entre los músicos, los coros espontáneos del público y ese crescendo natural que nace cuando la emoción se desborda y ya no hay contención posible.

Momentos que no estaban en el guion
Una de las joyas de la noche llegó cuando subió al escenario un fan que había asistido a las cinco fechas consecutivas. Brindó con ellos, whisky en mano, y pidió Luna cansada. La banda, sentada en el sofá, accedió. Fue un guiño a la comunidad que los sostiene, al núcleo duro que no solo canta, sino que acompaña en cada paso.

El solo de batería fue uno de esos momentos de piel de gallina. Desde las alturas, el baterista marcaba el tempo mientras una bandera ondeaba sobre él. Por momentos, parecía que tocaba a cuatro manos. El escenario vibraba.

Un volcán entre palmeras
Durante Pelo de foca, el humo se convirtió en protagonista. No como truco escénico, sino como una extensión del caos controlado que es el directo de Ultraligera. Gisme bajó del escenario, corrió entre el público, se subió a las palmeras decorativas y desde allí presentó a cada uno de sus compañeros, que respondieron con solos breves, potentes, personales.
Después de Mierda de fiesta, agradecieron uno a uno a su equipo, al público, y dejaron caer una frase que muchos guardaron en la memoria: “El próximo 2 de noviembre cerraremos esta etapa.”
Cierre con catarsis y un gran anuncio
El último bloque fue pura adrenalina y lluvia de emociones. Con el anuncio de una versión más entre amigos, intimista, con aroma a hermandad del rock, comunicaron que el próximo día 2 de noviembre de 2026 habrá una sexta Riviera, lo que desató la apoteosis final entre el respetable.
Hasta el fondo encendió los últimos cartuchos con un grito de guerra: “Vamos a vibrar porque hoy termina algo grande.” Y eso fue. Una vibración colectiva. Una ovación cerrada, atronadora, sincera.

La banda regresó para un bis lleno de sudor y emoción. Tú no lo ves desató un karaoke emocional que funcionó como acto final, como abrazo de despedida. Recuerdos del baile y Matanza en el hotel, con una pareja de actores interpretando una romántica escena sobre el imponente piano, sirvieron para coronar la cima de la noche —no de la carrera— de un combo que continúa en permanente ebullición, como un volcán creativo.

A las 23 horas se apagaron las luces de La Riviera por última vez en esta gira. Y no quedó nada más que la sensación de haber vivido algo único. Sin poses. Sin postureo. Solo rock del bueno.
Ultraligera, el viaje recién comienza. Sueños, sacrificio, trabajo y ADN de puro rock and roll.
Autor
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Redactor, fotógrafo y entrevistador de Arepa Volátil. El riff como capa, la poesía como espada y el rock and roll como sangre bendita. La música, el único escudo. Escritor de pluma honesta, siempre atento a las propuestas emergentes, a los artistas que rompen moldes y con devoción suprema a los dioses de la música. Rockstar a mi manera. Los shows en directo, la sal de la vida.