La energía de Bad Bunny se sentía incluso antes de entrar El Estadio Nacional el pasado 6 de diciembre . Durante dos días, Costa Rica había estado cargando una corriente eléctrica invisible, un ambiente magnético que vibraba en cada esquina para recibir el Debí Tirar Más Fotos World Tour. La primera noche la viví desde afuera; llegué tarde y apenas lo escuché despedirse mientras bajaba del escenario. Aun así, el ambiente lo decía todo: sonrisas, voces roncas, un brillo particular en los ojos de la gente. Parecía el aftermath de una batalla recién librada. La batalla del perreo en Costa Rica.

Un segundo intento por ver al Conejo Malo
Para la segunda noche me preparé mejor. Llegué temprano, respirando hondo, con la intuición de que lo que venía a ver sería distinto. Al entrar al estadio lo sentí de inmediato: una mezcla perfecta de luces, murmullos, música y expectativa. El set montado, la gente acomodándose, el aire templado. Todo se alineaba como una sinfonía antes del primer golpe de tambor, como si todos supiéramos que algo grande iba a quedar grabado en los corazones.
Vídeo cortesía de Backstage Magazine
Cuando arrancó con LA MUDANZA, el estadio se convirtió en un solo organismo. Nadie estaba frío. Callaíta en versión salsa, Pitorro de Coco, Weltita junto a Chuwi, Turista, Baile inolvidable y Nuevayol fueron encendiendo un fuego colectivo que no bajó en toda la noche.

El momento de La Casita trajo otra vibra por completo. El espacio enorme se volvió íntimo, casi como un patio Puertorriqueño improvisado en medio de Costa Rica. Allí llegaron Tití me preguntó, Neverita, Si veo a tu mamá en versión techno, Voy a llevarte pa’ PR, Me porto bonito, Bichiyal, Yo perreo sola, Efecto, Safaera y más. Y cuando sonó Safaera, el estadio Nacional explotó. No fue solo un grito: fue una liberación colectiva. Esa clase de canción que se baila con memoria, con historia y con alma.
Después llegó una sorpresa especial: un tema exclusivo para Costa Rica, hecho a la medida de quienes estuvimos ahí y que terminó de sellar la noche como algo único, irrepetible.
De regreso al escenario principal, la intensidad subió aún más. Ojitos lindos, La canción, KLOU FRENS, BOKETE y luego la aparición de Jhayco para una secuencia que dejó sin aliento a todo el estadio: DÁKITI, Tarot, No me conoce y Cómo se siente. Fue uno de esos momentos en los que entiendes cómo la música puede mover masas de forma literal.

El apagón marcó el inicio del cierre, seguido por Debí tirar más fotos, un instante lleno de mucha de emoción, como si todos encontráramos algún reflejo en esas palabras. Y finalmente llegó el estallido total con EoO. Fuegos, luces, saltos, voces; un final explosivo que dejó al estadio vibrando incluso después de que él ya no estaba en escena.

Hay algo más convirtió estas dos noches en una experiencia interactiva: al entras nos dieron unos carnets con lucecitas y que varios confundieron con cámaras. En realidad forman parte de un sistema interactivo sincronizado con la música y el light show, cambian de color, parpadean al ritmo del espectáculo y crean un efecto visual masivo que abraza tanto al público como al artista. Popularizadas por bandas como Coldplay, ya son un elemento clásico de las grandes producciones globales. En Costa Rica no solo acompañaron toda la experiencia: hicieron que incluso la salida del estadio se sintiera mágica, como una despedida luminosa que no querías que terminara.
Más que un concierto, lo que se vivió esa noche fue una comunión entre dos países que se parecen más de lo que creen, una muestra de cuánto compartimos en lo que verdaderamente importa los Latinos. Bad Bunny no solo trajo su repertorio: trajo un pedazo de Puerto Rico, su verano, su calor y su identidad. Costa Rica lo recibió con el corazón abierto.
Fue una noche que se queda pegada en la piel. De esas que sabes que vas a recordar incluso años después, cuando alguien mencione aquel diciembre en el que el Conejo Malo convirtió un estadio tico en la fiesta más grande del Caribe y el Pacífico.




