En la jornada del 20 de julio de 2025 en Noches del Botánico se vivieron dos formas de arder bajo el mismo cielo madrileño. Una tarde-noche las que los recuerdos no se guardan en el carrete del móvil ni en una nube. Se archivan en el cuerpo. En la piel. En la forma en la que uno vuelve a casa con la cabeza sacudida y los pies aún vibrando. Eso fue lo que pasó el domingo en el Real Jardín Botánico Alfonso XIII: un doblete sin fisuras de Califato ¾ y Viagra Boys, dos universos musicales que se cruzaron sin chocar, para dejar una huella indeleble en este ciclo ya consagrado de la escena madrileña.
Califato ¾: rave andaluza, sin red y con alma
La jornada dominical abrió con la singular propuesta de Califato ¾, que sigue haciendo lo suyo sin pedir permiso: romper las reglas desde el respeto a lo que fueron. El escenario se impregnó de aroma a azahar mientras la electrónica dialogaba con verdiales, bulerías, palmas y sintetizadores. Lo que sucedió allí fue una especie de rito colectivo más que un concierto al uso. No hubo setlist cerrado ni previsión; hubo inspiración y guía del momento.

Desde Crîtto de lâ Nabahâ hasta ÇILENÇIO ∞, pasando por joyas como Tó ba a çalîh bien mamá, Çambra der Huebê Çanto o la aclamada Buleríâ del aire acondiçionao, el grupo sevillano transformó el Botánico en una feria psicodélica con sabor a Semana Santa, DJ set de patio andaluz y trance flamenco.

El público, numeroso y entregado, respondió con baile, con palmas, con ese tipo de respeto eufórico que solo despiertan las propuestas auténticas. Una fiesta enmarcada en una expansión mental colectiva. Ni el leve problema técnico de sonido (resuelto en minutos) interrumpió ese hilo invisible que unía escenario y platea. Obras del calibre de DIME DÓNDE BÂ —A BENDÊH TOMATÊH—, el público coreaba con tal intensidad que uno no sabía si estaba en un recital o en una invocación.

El aplauso final para el combo sevillano fue largo, sostenido, agradecido. Como si todos los presentes entendieran que no se trataba solo de escuchar, sino de haber participado en algo más grande. Larga vida al Califato ¾, gritó alguien y fue seguido de vítores y mas aplausos.

Viagra Boys: punk en vena y veneno nórdico en la garganta
A las 22 horas tras los ajustes de rigor, la calma dio paso al desenfreno. La banda sueca Viagra Boys salió a escena con Man made of meat, y lo que siguió fue una tormenta titánica de 18 canciones que oscilaron entre el punk rabioso y el sarcasmo escénico más afilado.

El carisma brutal del frontman, Sebastian Murphy, con su voz desgarrada y su presencia de animal enjaulado, fue el motor de un directo que no dejó respirar. Desde Slow learner hasta Uno II, pasando por trallazos como Punk Rocker Loser y Dirty Boyz, el grupo sueco dejó claro por qué sigue sumando devotos allá donde va. Sin concesiones, sin maquillajes, pero con una producción sólida, cruda y cargada de intención.

Research Chemicals fue uno de los momentos más vibrantes: Sebastian bajó del escenario para fundirse con el público, y durante minutos el Botánico fue puro frenesí. El pogo contenía tanto furia como comunión. La banda sonaba ajustada al milímetro, aunque parecía moverse por impulso más que por partitura. No era caos: era una coreografía salvaje.

Entre sorbos de cerveza y sonrisas cómplices, se vio a figuras del panorama musical español mezcladas con la multitud. Todos parte del mismo ritual. Las canciones de viagraboys, su último trabajo, funcionaron en vivo con una potencia inapelable, como si hubieran nacido para la carretera y los escenarios al aire libre.

El cierre con The Bog Body y Worms fue apoteósico. Una descarga final que sacudió hasta los arbustos del jardín, literalmente. Con los cuerpos exhaustos pero eufóricos, la banda abandonó el escenario. Su marca ya estaba grabada a fuego.
Contraste perfecto, experiencia total
Lo que sucedió este 20 de julio en el festival fue más que un buen cartel. Fue una clase maestra de cómo dos propuestas pueden compartir una noche y elevarse juntas. Califato ¾, desde la raíz y la experimentación. Viagra Boys, desde el colmillo y la provocación. Ambos, entregando cuerpo, sudor y verdad sobre el escenario.

Antes de concluir quiero agradecer a Gonzalo Cidan por su profesionalidad, trabajo y colaboración en todo momento en esta edición del festival para que podamos desarrollar nuestra tarea y a todo el departamento de prensa capitaneados por el gran Juan Carlos Moreno. Chapó por ellos y por todo el staff de Noches del Botánico.

Madrid vivió una noche de alto voltaje emocional y musical. Lo que queda no son vídeos. Es memoria corporal.