Fito y Fitipaldis regresaban a Madrid como quien vuelve al salón de casa después de una gira que promete ser interminable: con confianza, con oficio y con ese cosquilleo que solo aparece cuando sabes que la noche puede ser especial. No era una fecha cualquiera. Era la primera de dos noches en un Movistar Arena lleno hasta la bandera, otro sold out más de una gira que no conoce la duda y que llega para presentar El monte de los aullidos, un disco reciente que ya camina con paso propio entre los clásicos. Fito y Fitipaldis, el lobo feroz del rock and roll se disponía culminar el 2025 a puro rock and roll en la capital española y vaya si lo logró.
El aullido inicial
Pasadas las 20:30 hs, una voz en off ejerce de maestro de ceremonias y pide una ovación para el protagonista. El pabellón responde como si le hubieran tocado un resorte colectivo. El escenario, aún oculto tras un telón oscuro, se ilumina de blanco. Aparece la silueta de Fito Cabrales a contraluz, enmarcada en un círculo gigante: gorra, guitarra, pendientes de aro, columna vertebral en su postura de lado caracterista. No hace falta más. El rugido del público coincide con el arranque del show y el lobo pícaro de la portada de El monte de los aullidos parece apoderarse del cantante. La energía es directa, sin rodeos, de esas que te agarran por la pechera desde el primer acorde. Inauguran la velada con A contraluz y los motores ya van a toda revolución.

El escenario está planteado como un gran living de sala de ensayo: torres de amplificadores desiguales a ambos lados, plataformas semicirculares al fondo para batería, guitarra rítmica y piano. Las pantallas LED son suaves, discretas, elegantes. Acompañan sin invadir. La protagonista es la música.
Una banda que respira junta
Hasta siete músicos sostienen la noche con precisión quirúrgica: Coki Giménez en batería, Alejandro Climent al bajo, Diego Galán en guitarra y violín, Jorge Arribas alternando órgano Hammond, piano y acordeón, Javier Alzola al saxofón, Carlos Raya desplegando su virtuosismo en las guitarras y el propio Fito al frente, voz y seis cuerdas. El sonido es pulcro, amplio, con cada instrumento en su sitio.

Cuando suena Por la boca vive el pez, el recinto parece venirse abajo. No es exageración: miles de voces cantando al unísono, una comunión total. Las columnas aguantan. El vínculo entre banda y público es absoluto. Fito, este Quijote vasco de la prosa sonora, no lucha contra molinos: usa sus canciones como espada, armadura y escudo durante más de dos horas de rock and roll bien entendido.
Es habitual verlo desaparecer del centro y colocarse justo entre la batería y el piano, cediendo foco, compartiendo ceremonia. No hay jerarquías rígidas aquí: hay banda.

Clásicos que no envejecen
El pulso se mantiene firme con piezas como Me equivocaría otra vez, Los cuervos se lo pasan bien o Entre la espada y la pared. El público no asiste: participa. Disfrutar de la gente es casi otro espectáculo dentro del espectáculo. Madrid late al completo, sin fisuras. Esto no es karaoke, es hermandad.
Otra constante del directo es ver a Fito junto a los músicos que tocan de pie instalados en el borde frontal del escenario. Un stage concebido en tres alturas, con pasarelas laterales que se internan en la marea humana. Cercanía sin perder épica.

Tras varias canciones y con el motor del show ya caliente, Fito se dirige al público, pecho abierto y mirada honesta: Buenas noches Madrid. Gracias por el interés que mostráis cada vez que sacamos un disco. Sois una pura bendición. La humildad no es pose, es costumbre.
El monte también ruge en directo
La producción acompaña con inteligencia: luces cálidas durante todo el concierto, visuales sutiles en la pantalla central, cámaras en directo en las laterales. El lobo del nuevo disco preside el bombo de la batería y aparece de vez en cuando, como custodiando la noche. Los aullidos celestiales, esos, los pone Fito.

Suenan temas nuevos como El monte de los aullidos y Volverá el espanto, que conviven sin problema con clásicos como Cada vez cadáver. Antes de Whisky barato, Fito avisa: Vamos a bailar un rato. Y se baila, claro. La canción llega con una textura distinta, arropada por violín y acordeón. Tras el último acorde, el grito es unánime: Fiiito, Fiiito, Fiiito.
Un momento de toma de aire y recuperan la vieja costumbre de grabar un saludo para la próxima ciudad. Madrid recibe uno desde Gijón y, a su vez, deja grabado el suyo para la propia capital, que también es la siguiente parada en el tour. Detalles que suman humanidad al ritual.
Presentaciones, fuego y recta final
Después de Como un ataúd y Acabo de llegar, cerrada con un duelo eléctrico entre guitarra y saxofón, llega la presentación de la banda. Fito, ya en la segunda planta del escenario, señala uno a uno a sus compañeros con respeto visible. Dedica palabras especiales a Carlos Raya: En la producción, en las guitarras y en las galaxias, es un placer estar trabajando juntos desde hace 20 años. Funky, soul y rock a partes iguales ejecutan el combo mientras son presentados.
La recta final es una mordida certera del lobo a la yugular emocional: La casa por el tejado y una Soldadito marinero que se vuelve colectiva, cantada a capela en la parte final con la banda de pie en el borde del escenario. Breve receso. El público no se mueve. Canta formando otro karaoke más: Fito, Fito, Fito, seguido de un oé, oé, oé.

Regresan bajo una luz azul noche. Carlos Raya inicia La noche más perfecta y un océano de linternas de móviles cubre el recinto. Los instrumentos se suman poco a poco hasta un saxo final que corta el aire. Los últimos disparos son Entre dos mares, con Fito recorriendo de esquina a esquina para cantar en micrófonos situados en los córners, y el himno definitivo: Antes de que cuente diez. No hay margen para la duda: es el final que todos querían.
Epílogo sin bajadas
El aplauso es largo, sincero. Fito corre por el escenario, eleva los brazos, lanza besos. El cierre llega con Ardi, instrumental de El monte de los aullidos, la cual es lanzada desde consolas. Sin palabras. No hacen falta. La sensación general es clara: Fito y Fitipaldis no solo volvieron a Madrid. Reafirmaron que siguen siendo una banda que entiende el directo como un espacio de encuentro, oficio y emoción compartida. Y eso, hoy, no es poco.
Fito y Fitipaldis, el lobo feroz del rock and roll, mordió certeramente en Madrid con su Aullidos Tour.




