La legendaria agrupación colombiana de punk hardcore, La Pestilencia inició su gira europea con gran éxito en la Sala Jerusalén de Valencia.
En el año 1094 y tras muchos meses de asedio, Rodrigo Díaz de Vivar, mejor conocido como el Cid Campeador, conquistó Valencia y expulsó a los almorávides. Casi mil años después y a escasos 20 metros de su estatua, la Sala Jerusalén recibía otras huestes: los seguidores de la banda neogranadina de punk hardcore, quienes el martes 08 de abril iniciaron su gira europea con una memorable presentación en la capital del Turia.
A Tercio Pelao
La sala, un viejo cine de fachada art déco y próximo a cumplir un siglo, hermosamente reformado en su interior para albergar conciertos, abrió puntualmente sus puertas a las 20:00 hrs. para recibir a un centenar de personas, en su mayoría provenientes del país cafetero. El show comenzó con la banda local A Tercio Pelao (curiosa ironía, considerando que el bajista fundador de la banda fue el aterciopelado Héctor Buitrago), quienes descargaron por media hora canciones furiosas; una seguida de otra. Los de Benimaclet, con una década de trabajo a sus espaldas, sonaron bien y dejaron al público con ganas de más.
La Pestilencia en tarima ¡QUÉ BACÁN!
El desmontaje del equipo de A Tercio Pelao y los primeros acordes de Rutina Estéril fue veloz, casi tanto como el ritmo que imprimió La Pestilencia a cada tema del playlist de la noche, confeccionado especialmente para todos los fanáticos que, por décadas, soñaron con ver a La Pestilencia en directo aquí, en España.
Anuncia tu muerte, Conejo, Vive tu vida, Vote por mí, Soñar despierto, Fango, Desplazados, Sicairos, Pacifista, Cordero, Olé, Brazos cruzados, Soldado mutilado y Nada me obliga fueron sonando en ese orden, mientras los presentes deliraban entre cantos y bailes. Los trepidantes acordes solo eran interrumpidos por un muy conversador Dilson Díaz, quien repitió toda la noche que estar por fin aquí era una chimba.
Su enorme saber qué hacer en el escenario lo convierte en un frontman competente, pero su emoción (tal vez, incredulidad) ante la entrega de quienes asistimos, lo llevó incluso a abrazar a quien se acercara a la tarima, bromear y entablar diálogos… ¡Todo en apenas dos horas! Pero la icónica banda debe seguir el viaje a la Ciudad Condal, Pamplona y Madrid. Luego los espera una metrópolis que, para cuando comenzaron, eran dos mundos en una misma ciudad: Berlín.
El sonido y la iluminación estuvieron magníficos, a la altura; sin carencias ni exageraciones. La producción del evento no descuidó ningún detalle y, para quien escribe esta reseña, su primera en territorio ibérico, es reconfortante.
Una noche sobresaliente en todo sentido, que celebraré, con el permiso de mis nuevos vecinos, no con Agua de Valencia, sino con aguardiente de Caldas.