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Molotov y Ana Tijoux en Madrid: una noche con nombre propio y decibelios de eternidad

La noche del sábado 28 de junio en el Real Jardín Botánico Alfonso XIII no fue solo una cita musical. Fue una declaración de principios: ritmo, potencia, mensaje y comunidad. Todo enmarcado en esa atmósfera inconfundible que solo sabe crear el ciclo Noches del Botánico, cuando la música suena entre árboles centenarios, el calor no da tregua, pero las almas se refrescan a base de beats, riffs y letras que atraviesan.

El prólogo lo puso Juan Melov: cuando el DJ abre puertas y corazones

Cuando comenzaron a entrar los primeros asistentes al recinto, bajo una luz dorada que caía como terciopelo sobre las copas de los árboles, el DJ residente Juan Melov ya tenía montado su cuartel rítmico en la zona Momentos Alhambra. Nada invasivo, todo en su justa medida: un set que acompañaba la llegada, que calibraba los ánimos y marcaba el tempo exacto para una velada que prometía quedar en la memoria.

Los vasos se llenaban de cerveza fría y vermut. Las miradas se cruzaban entre grupos, familias, parejas. Nadie sabía aún, pero todos lo intuían: la noche sería larga. Y buena.

Ana Tijoux: palabra, cuerpo y fuego

Pasaban unos minutos de las 20 hs y la escena principal se iluminó con fundamento y  apareció Ana Tijoux, entre aplausos que no tardaron en volverse calurosos y sentidos. Bastó una estrofa para que la artista franco-chilena tomara el escenario como si fuera suyo desde siempre.

Molotov y Ana Tijoux en Madrid
Foto: Noches del Botánico por Fer González @fergonzalez_photo

Arrancó con Millonaria, y desde ahí el viaje fue total. Su propuesta, que roza con elegancia el r’n’b, funk, afrobeat, cumbia y un dancehall que por momentos rozaba el delirio, se desplegó sin fisuras. Temas como Somos sur y Sacar la voz fueron auténticos latigazos de conciencia y flow, mientras 1977 cerraba su set en una comunión perfecta entre artista y público. No hubo estridencias ni poses forzadas. Hubo verdad. Y eso en directo se agradece como se agradece el agua en un día de julio adelantado.

El sonido fue impecable: cada línea musical bien dibujada, cada base electrónica encajada con precisión. Ana no necesita disfrazarse de estrella. Ya lo es, pero de esas que prefieren la raíz antes que el foco. Se despidió con un Gracias, Madrid, ustedes siempre son casa, y el auditorio respondió con una gran y merecida ovación. Lo merecía.

Molotov y Ana Tijoux en Madrid
Foto: Noches del Botánico por Fer González @fergonzalez_photo

Molotov: la aplanadora de rock que no negocia ni una línea

La expectativa flotaba densa. Y a las 22 horas el golpe fue inmediato: Pendejo sonó como una sirena de guerra y Molotov salió a escena como si el mundo estuviera por acabarse. La formación, que en esta gira se expande a cinco músicos en escena, no dio margen al respiro. Todo era potencia, velocidad, sudor y una conexión que rompía la cuarta pared desde el segundo uno.

Siguieron con Amateur (Rock Me Amadeus), Chinga tu madre y Chandwich a la chichona. Cada tema, una proclama. Cada riff, una barricada. Entre saltos y coros masivos, Paco, Micky, Jay de la Cueva y Randy, lanzaron la pregunta inevitable: ¿Cómo están?, y la respuesta, rugida por los miles que llenaban el recinto (entradas agotadas desde días atrás), fue simple y rotunda: ¡¡¡BIEN!!!

Molotov y Ana Tijoux en Madrid
Foto: Noches del Botánico por Fer González @fergonzalez_photo

Molotov tiene esa rara virtud de parecer eternamente jóvenes sin perder la madurez musical. Intercambian instrumentos, se cruzan miradas cómplices y suenan como un tren que ha aprendido a no descarrilar. Su ADN está en temas como Frijolero, Gimme the power, Hit Me, Voto latino, himnos que convierten la indignación en energía colectiva. No hay pirotecnia escénica, pero sí una escenografía de actitud brutal, reforzada por luces que acompañan y no encandilan. El protagonista es el rock en toda su amplitud.

La maquinaria del combo azteca, es un monstruo gigante de rock que devora corazones y los cuadros que llevan impresos en sus pieles, muchos plasmados por mi gran amigo, el artista eterno Pablo Ash, reflejan esa actitud desafiante ante la vida. Vamos a combatir artísticamente desde nuestra trinchera que es el stage.

Cuando llegó el turno de Demolición, versión punkísima del clásico de Los Saicos, el público explotó: pogo elegante pero firme, coros al unísono, una especie de karaoke distorsionado y feliz. Antes, también reinterpretaron con respeto y contundencia el Marciano I (I Turned Into a Martian) de Misfits en dos versiones: una mas clásica y otra brutalmente punk.

Un cierre apoteósico, de esos que no se borran fácil

Tras un pequeño receso —lo justo para secarse el sudor y tomar aliento—, el grupo regresó al escenario para dejarlo todo en su tridente final: Mátate Teté, Puto y Rastaman-dita. Para esta última, invitaron a una veintena de fans a subir con ellos al escenario. Fue un momento de caos coreografiado, alegría desbordada y energía pura. Algunos bailaban, otros lloraban. La música, cuando es verdadera, hace eso.

El agradecimiento continuo, de mi parte, a todo el staff de un evento, que está brillando en su novena edición en Madrid.

La última nota se apagó y quedó el eco. Molotov saludó, lanzó púas, agitó brazos y se fue. Nadie pidió una canción más. No hacía falta. Todo estaba dicho. Noches del Botánico firmaba otra jornada redonda, de esas que convierten una fecha en recuerdo.

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