Esa anécdota personal que narré en la primera parte prácticamente encierra todo el cúmulo de razones por las cuales muchos músicos nos autodestruimos (búscala más abajo en el timeline de @arepavolatilweb o en el menú de columnas en nuestro website).
En resumen, en 24 horas extremas, viví insomnio, ansiedad, euforia, cansancio, fastidio, hambre, sueño, alegría, preocupación, disimulo, frustración, dolor, desorientación, intensa actividad física, dependencia de analgésicos, mala alimentación, resaca, inseguridad, descontrol. Y no mencioné el tinnitus que me hace escuchar un pitido agudo ininterrumpidamente todo el día, como consecuencia de la exposición constante a música a alto volumen por períodos largos.
Todo este desequilibrio hace que tarde o temprano busquemos alivio. Recurrimos a la medicina, el somnífero, el ansiolítico, la cafeína, la nicotina, el alcohol, el carbohidrato, la sustancia ilegal (e incluso el sexo), y es fácil caer en adicción. No hacerlo depende de nuestro nivel de conciencia, autocontrol y fortaleza de carácter.
Además, nuestro estilo de vida es proclive al libertinaje, al desenfreno que reta a la mesura. Sí, podemos ser demasiado carpe diem y caer en excesos. Todo se mezcla en un cóctel que, bebido en demasía para compensar el agobio del oficio o la inestabilidad emocional, puede suprimir el buen juicio e incluso matar.
He estado en ese borde muchas veces y he tenido la fortuna de optar por lo menos perjudicial para mí, pero también he visto cómo otros a mi alrededor no tienen la misma suerte y empiezan a aniquilarse lentamente. El quehacer artístico no es para el alma débil.
Y es cuando me toca decir que los fuertes son la mayoría, pues es una carrera que exige dedicación y aguante. La suerte puede darte un empujón, pero no te mantiene en el camino; es el trabajo constante y la manera en que saltas los baches.
IG: @lui.ser