InicioReseñasMaría Peláe enciende al compás de Noches del Botánico

María Peláe enciende al compás de Noches del Botánico

La noche en la que De camino al camino se cruzó con el Evangelio de María Peláe

A las 20:15 hs, bajo una luz suave que empezaba a derramarse entre los árboles del Real Jardín Botánico Alfonso XIII, comenzó a escribirse otra página intensa de las Noches del Botánico. Dos artistas. Dos lenguas. Dos formas de mirar al sur, al norte, al alma, a la canción. Rita Payés y María Peláe comparten talento y esa cualidad difícil de definir: el magnetismo de lo auténtico.

Rita Payés: raíz, terciopelo y madera

Con puntualidad y sin más preámbulo que la elegancia de un escenario vestido con cuerdas, percusiones, guitarras y un logo en forma de cuernos invertidos que evocaba un mantón flamenco, Rita Payés tomó el centro del escenario. Lo hizo como quien entra a su casa, con esa serenidad desarmante que solo poseen quienes no necesitan imposturas.

María Peláe Noches del Botánico
Foto: Noches del Botánico por Víctor Moreno @victormorenophoto

Abrió con El cervatillo, del delicado y aplaudido De camino al camino. El público, de inmediato, aflojó hombros y se dejó llevar por el pulso lento y la voz cruda, sin ornamentos, de la catalana. Su trombón, ejecutado con maestría, no era un adorno ni un gesto virtuoso: era una extensión emocional de su canto.

Acompañada por un cuarteto de cuerdas y una instrumentación sobria pero profundamente orgánica, Rita desplegó un repertorio que caminó entre la bossa nova, el jazz más íntimo y la dulzura melancólica del bolero. Si entras tu, No és la llum y Tantes coses fueron momentos especialmente emotivos, pequeños cuadros de cámara en los que la música no se imponía, sino que respiraba.

María Peláe Noches del Botánico
Foto: Noches del Botánico por Víctor Moreno @victormorenophoto

En Por qué será —su versión de estudio cuenta con La Tania y Yerai Cortés— el clima se volvió aún más denso, más hondo. Pero lejos del dramatismo, Rita siempre tiende un puente hacia la belleza simple, la del silencio que queda tras una canción.

María Peláe Noches del Botánico
Foto: Noches del Botánico por Víctor Moreno @victormorenophoto

Remató con No digo que no (vaca y pollo), un cierre que dejó la sensación de haber estado en una suerte de ceremonia laica, donde la espiritualidad no venía del dogma, sino del arte. Ovación sentida y merecida. Porque a Rita Payés no se le escucha: se le siente.

María Peláe: el verbo hecho fuego

Tras una pausa breve —en la que el público aprovechó para explorar los caminos del jardín, comprar vinilos en el stand de Merchandtour, picar algo o curiosear en el Mercado del Encanto—, el escenario se transformó radicalmente.

Velas encendidas, luces en rojo y negro, una silla de mimbre al fondo y dos bailarinas flanqueando la escena. María Peláe apareció desde un lateral como una figura litúrgica, pero de carne y nervio. La música ya sonaba cuando subió al altar con paso firme. Era su Intro instrumental, preludio perfecto para La perra de Despeñaperros (según Santa Francisca). Explosión pura.

María Peláe Noches del Botánico
Foto: Noches del Botánico por Víctor Moreno @victormorenophoto

Desde ese instante, el show fue un torrente. María no canta: arde. Se planta, se ríe, baila, recita, se sienta, se levanta, se sube al monitor, baja con una guitarra, lanza golpes de percusión, salta. Y entre todo eso, no se le escapa una sola nota. María se abrió la chaquetilla de forma simbólica, como diciendo os doy todo. Y así fue.

Temas como La putukita, Que vengan a por mí o Mi tío Juan se sucedieron en una mezcla calculada de arte y espontaneidad. Cada canción tenía su escenografía emocional. Las coristas no solo acompañaban: bailaban, actuaban. Todo estaba vivo. Interactúa la evangelista con el público haciendo exposiciones personales, demostrando su inteligencia, su sabiduría y buen humor. Los presentes acompañan bailando, aplaudiendo y diciéndole frases espontaneas.

María Peláe Noches del Botánico
Foto: Noches del Botánico por Víctor Moreno @victormorenophoto

Uno de los puntos altos fue el medley de Rocío Jurado, remezclado con respeto y descaro. La intensidad en ese momento fue tal que se podía medir —literalmente— en aplausos por minuto. El público no se sentaba, no dejaba de corear. María interactuaba con ellos con su particular mezcla de inteligencia y corazón. En un momento, con una copa en mano, se permitió un brindis mientras presentaba a su banda. El respetable respondía con frases cariñosas y sonrisas cómplices.

Un cierre que deja huella

El final llegó con Que digan (según Santa R.ocío), Por si te vas y La niña. Pero más que un final, fue una culminación. Bate sus alas artísticas como paloma eterna, del flamenco heterogéneo perfectamente entendido, para concluir su rezo sonoro.

María Peláe no necesita comparaciones ni moldes. Es escuela propia. De ella. Y quien asista a uno de sus conciertos entenderá que está ante una artista irrepetible, que ha conseguido fusionar la heterogeneidad musical con una raíz que nunca pierde el compás.

María Peláe Noches del Botánico
Foto: Noches del Botánico por Víctor Moreno @victormorenophoto

María Peláe, su compás es el talento.

Ambas actuaciones, distintas pero complementarias, hicieron de esta noche en Madrid una de esas que no se repiten. Una velada donde la música se sintió en la piel, en los huesos y en el pecho.

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Autor

  • María Peláe Noches del Botánico

    Redactor, fotógrafo y entrevistador de Arepa Volátil. El riff como capa, la poesía como espada y el rock and roll como sangre bendita. La música, el único escudo. Escritor de pluma honesta, siempre atento a las propuestas emergentes, a los artistas que rompen moldes y con devoción suprema a los dioses de la música. Rockstar a mi manera. Los shows en directo, la sal de la vida.

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