Sam Garrett inaugura este 2025 su gira mundial en Madrid con una ceremonia sonora llamada One Family.
Desde las seis de la tarde, en Sala La Riviera de Madrid, el pasado día martes 4 de noviembre, los aledaños comenzaban a llenarse de acentos diversos. Había quienes venían de Italia, Portugal, India o México, y todos compartían una misma expectativa: presenciar el inicio del nuevo tour mundial de Sam Garrett y escuchar, por primera vez en directo, las composiciones de su más reciente trabajo One Family.
La sala, con su icónica bóveda y su media capacidad ocupada desde temprano, se transformó en un pequeño templo. En el fondo del escenario, una bandera imponente con el nombre del artista, rodeada de símbolos personales —mandalas, flores secas y farolillos en tonos cálidos—, marcaba la atmósfera de una ceremonia más que de un concierto.
La espiritualidad hecha música
A las 21:00 horas, entre aplausos que parecían una ola, Sam Garrett apareció sonriente, guitarra en mano, y abrió la noche con Bom Bhole. Desde el primer acorde, la energía fue expansiva, limpia, como si el sonido de su voz y de su banda —percusión, teclados, bajo de seis cuerdas y dos coristas multifacéticas— envolviera a todos en una misma respiración.

A destacar es que, durante toda la actuación, el sonido fue pulcro, limpio, contundente y homogéneo. La banda estaba perfectamente armonizada y acompasada. Hasta un acordeón antiguo, de esos incrustados en una caja de madera pequeña, iba tejiendo texturas durante el espectáculo. Sam aportaba su magnetismo, su voz y la magia a la guitarra, que se fusionaba a la perfección con la tarea de sus músicos.
Del mantra colectivo a la comunión
Tras un inicio poderoso, el británico encadenó La La La, uno de los momentos más coreados del concierto. El público, de pie y con los brazos en alto, convirtió la sala en un coro multitudinario que desbordaba alegría. Sita Ram llegó con una calma luminosa; Om Ganesha hizo lo contrario: un estallido rítmico que puso a vibrar el suelo de la Riviera.
El sonido fue impecable durante todo el espectáculo: cristalino, equilibrado, con una mezcla que permitió disfrutar de cada instrumento sin perder la calidez del conjunto. La voz de Garrett, cálida y precisa, navegó entre registros suaves y momentos de pura fuerza espiritual.

A mitad del set, Mama se convirtió en un pequeño homenaje al público local. Cantar en castellano no fue un simple gesto de cercanía: Sam lo hizo con una pronunciación cuidada, demostrando respeto y cariño. Maya’s Song trajo un respiro íntimo, con el protagonista acariciando su guitarra mientras el silencio del público era casi reverencial.
En Salam Alekum, el músico retomó el pulso rítmico y lo mezcló con cadencias de reggae y pop, sellando esa fusión estilística que define su nueva etapa.
El corazón del ritual
Antes de llegar al tramo final, Garrett preguntó con una sonrisa si todos la estaban pasando bien. El rugido de la sala fue la respuesta. One Family, tema central del disco, se sintió como el eje emocional de la noche: un canto a la unidad, a la coexistencia, a la idea de que la música puede ser puente y refugio.

El público se balanceaba entre la calma meditativa y el baile espontáneo. Había momentos en que la conexión era tan intensa que parecía que todos respiraban al mismo ritmo. I Believe encendió el fuego interior del lugar; muchos cerraban los ojos, otros lloraban. No era devoción, sino entrega. Hasta las emblemáticas palmeras estaban en llamas.
Un cierre luminoso
Con Light Of Your Grace, Sam Garrett y su banda alcanzaron el punto más alto de la velada. La canción, acompañada de una jam final de altísimo nivel, dejó a todos flotando en una mezcla de emoción y gratitud. El reloj anunciaba el epílogo cuando el músico se retiró entre aplausos que se negaban a cesar.
Minutos después, regresó al escenario. Con un gesto humilde y una sonrisa tranquila, regaló Found, la última canción de la noche. Un cierre perfecto: íntimo, esperanzador, lleno de esa energía que no busca deslumbrar, sino sanar.

Antes de concluir, quiero agradecer a toda la crew de La Riviera por su labor, a Rock and Control por su colaboración en todo momento y, en especial, a Sara Moreno de BackGround Noise por su profesionalidad constante.

Cuando las luces se encendieron, el ambiente seguía cargado. Nadie parecía querer irse todavía. Sam Garrett había pasado por Madrid dejando mucho más que un concierto, mucho más que un inicio de gira. Dejó una huella emocional, un recordatorio de que, a veces, la música puede ser un acto de comunión espiritual.



