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Sifri Rock

A propósito de un simpático (por supuesto, hubo a quienes les pareció inoficioso) hilo en Twitter sobre el “sifri-rock”, recuerdo haber leído en uno de los libros de Félix Allueva sobre la historia del rock en Venezuela, que este ritmo “no sube cerro” y, conociéndolo y sabiendo que le importa un bledo mi opinión, no pude estar más de acuerdo.

A otro viejo amigo, Rufi Guerrero, le atribuyeron la autoría del término en cuestión, cuando comentaba en su vieja web Oidos Sucios que la camada de bandas venezolanas surgida en los tempranos 2000, por haber germinado en el “colegio privado tal” o en la “universidad paga cual”, era un rock sifrino. El caso es que, al igual que Alan Freed, Rufi solo le puso nombre a algo que ya existía desde mucho antes.

En los 60, el gusto de nuestra primera juventud rockera se dividía entre unos “malandrosos” (los Impala y los Supersónicos, por ejemplo) y los muchachos “bien” (los 007 o los Darts). Un par de décadas después recuerdo que, mientras la mayor leyenda punk apadrinaba a Sentimiento Muerto (hablo de la Seguridad Nacional, disculpándome de antemano por si he ofendido algún ego por ahí) los acusaban de “vendidos”, los llamaban ”Sifri Muerto” e interpretaban que el “S.M.” de sus grafitis significaba “Somos Millonarios”. No sé de dónde venían los Darts o los 007, pero lo cierto es que Jorge Chapellín, vocalista de la última agrupación mencionada, fue vicepresidente de Consecomercio y, posteriormente, directivo de Fedecámaras.

Los S.M. venían de Altamira y estudiaban en el Don Bosco, el Champagnat y el San Ignacio de Loyola (por cierto, Edgar Jiménez, en La Salle La Colina es donde se juega fútbol; tú solo corrías detrás del balón). Teniendo esto claro, vayamos al porqué.

Sifri Rock

Venezuela es un país tropical. El son, la guaracha, el bolero y el cha-cha-chá eran los ritmos que sonaban en el reproductor de cassettes del carro de mis viejos en los interminables viajes a Higuerote, Margarita o Morrocoy, y a uno, si quería un “acercamiento” a las chamas en los Carnavales o Semana Santa del club de playa, le tocaba esperar un set de merengue para darles bastante vuelta, al son de ”Mi cocha pechocha», nunca con el “Dancin’ With Myself” de Billy Idol (título muy apropiado) que estaba reservado para un pequeño “pogo” o “slam” con los panas. Además de ello, geográficamente era obvio que lo ritmos afrocaribeños nos llegaran e, incluso, los exportásemos, y no así la música anglosajona. La industria del espectáculo, que por algo se denomina así, veía su filón de oro trayendo a La Lupe o a Celia Cruz y no a Elvis Presley. Apenas en los 70 nos visitan Carlos Santana y Joe Cocker. ¿Y qué discos se editaban aquí? Todo el catálogo de la Fania.

Sifri Rock

Yo crecí en una Venezuela donde todo sonaba igual, al ruido del cassette regrabado 20 veces antes de que llegase a mis manos, gracias al amigo del vecino de un compañero del colegio que viajó esas vacaciones “al norte” y se trajo unos discos de vinil que no se prestaban, porque “se rayaban”.

La juventud que estudiaba en los liceos públicos rara vez tenía la oportunidad de acceder a esa educación sonora (el rock es cultura) y estaban condenados a escuchar en la radio, una y otra vez, el “Ritmo de San Martín” y la “Sopa de Caracol”, a diferencia de la clase obrera de New York o Londres, quienes formaban sus propias bandas de rock y tocaban en espacios que ellos mismos ocupaban.

De hecho, mi forma de hablar (popularmente se le dice o decía “mandibuleo”) se asemeja a la de Pablo Dagnino y Álvaro Segura, no a la de Oscar De León o Wladimir Lozano. Musicalmente hablando, aquí lo más “antisistema” a nivel popular fue la fundación de la primera banda que interpretó un repertorio exclusivamente reggae en Latinoamérica, DUR-DUR, en plena avenida San Martín de Caracas (1985), o la movida ska y de rock mestizo en Caricuao de finales de los 80.

Rufi, el rock venezolano es sifrino, desde siempre.

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