El 8 de diciembre entrevisté en «El Manual de lo Anormal Radio» a la leyenda del rock venezolano Yatu. Al salir de la emisora y ante el cierre de las estaciones del Metro de Caracas por una concentración política, optamos por caminar desde Chacao hasta Plaza Venezuela, fluyendo en un torrente humano por el boulevard de Sabana Grande que, en pleno diciembre, colaboró para recordarnos lo que dicho lugar era en aquellos lejanos y felices años 80.
La conversación fue mucho mejor que la sostenida frente a los micrófonos de la 92.3 FM. Por ejemplo, yo le comenté que prefería sus canciones tristes («La noche azul» o «A mí me toca») a los grandes éxitos («Supermán», «Vampiro» o «Uñas Asesinas») y él me dijo que también ésas eran sus favoritas, porque provenían de un sentimiento común que lograba conectarnos sin siquiera conocernos, como «Pictures of You» de The Cure, que te despecha así no sepas una palabra en inglés.
Este recuerdo reciente vino a mí porque escuché a un músico del underground venezolano en un podcast llamando a sus colegas a componer canciones cuidando su calidad, y me hizo reflexionar: ¿Ése es el Norte? A mí, en lo particular, me gustan artistas y canciones que no están remotamente cerca de ser los mejores: Joaquín Sabina siempre ha tenido poca voz, pero lo prefiero sobre Pavarotti; media hora de Los Ramones (una banda con temas de 3 acordes) es más emocionante que el virtuosismo que tiene una canción de Genesis o Marillion (que me duermen).
Amigo que haces música: no busques «calidad», «cantidad» ni tonterías y déjate llevar por la inspiración; sé honesto al componer y toca la fibra de quienes te podamos escuchar algún día, que la música es el lenguaje universal y puede que una «noche azul» quien camine a mi lado por Sabana Grande, dictando una clase magistral, seas tú.