El jueves por la noche, cuando el reloj marcaba el momento exacto, el Teatro Eslava de Madrid ya vibraba desde los cimientos. Afuera, el frío afilaba la ciudad; dentro, la temperatura emocional rozaba la combustión. Bastó que las luces descendieran para que el murmullo se apagara en seco y una intro envolvente encendiera ese fuego interior que el público llevaba guardado como brasas en el bolsillo. Había muchísima expectación por ver nuevamente al oriundo de la ciudad condal.
Macaco en Madrid: El arranque del concierto con la energía de Futuro Ancestral
Ataviado con un mono de vestir, gorra bien calada y esas dos líneas gruesas de pintura bajo los ojos que parecían tatuajes de combate, Macaco apareció entre sombras con su andar, dueño del espacio desde el primer paso. La intro se fundió con Si te pierdes silva, primera parada en el universo de Futuro Ancestral, su flamante y nuevo disco, sobre el que vertebraría toda la noche. El arranque tuvo algo de ritual: la banda entrando en capas, el público respondiendo con un murmullo ascendente y el artista marcando el pulso con la mirada, esa herramienta emocional que maneja con una precisión casi coreográfica.

El álbum en directo rubrica la inquietud artística y corrobora la evolución en el compositor catalán, sin renunciar ni un ápice a su esencia. Este artesano de la canción supo cautivar y emocionar al respetable fusionando canciones de reciente factoría con himnos de todas sus etapas.
El cantante transmite con la mirada, con la presencia y con cada interpretación. A lo largo de todo el directo demuestra un dominio absoluto del espacio: las tablas del escenario parecen convertirse en sus raíces, fundiéndose con su propia esencia. Mantiene una conexión especial con el público, algo que se hace evidente en el acompañamiento constante, en las voces que convertían el momento en un auténtico karaoke y en la felicidad que se reflejaba en los rostros de todos los presentes.

Viaje por los himnos y la amplitud artística de Macaco
En el concierto, el compositor desplegó la amplitud artística propia de un cantante que lleva tres décadas tallando identidad sin perder curiosidad. Sube el nivel del mal, Si no lo creo, no lo veo y No encajo, entre otras, fueron casi hipnóticas. Cada músico que lo acompaña respira su espacio. Logran un sonido pulcro. El catalán, atento a todo, se movía sobre el stage y se asomaba al interior del respetable.

La gente respondía como si hubiese ensayado en secreto. Voces en coro, sonrisas francas y algunos visitantes de Latinoamérica —que me contaron en la antesala, en la emblemática churrería de San Ginés, la cual se encuentra pegada al recinto, que viajaban de turismo y no pensaban perderse la cita—, café en mano, me indicaban: “Macaco es universal y es todo lo que le hace bien a la música y al espíritu”.
A nivel musical, el viaje fue completísimo: pop de autor en vena, ramalazos de cumbia, toques de merengue y ese perfume de honestidad que es marca de fábrica en Macaco. Las piezas nuevas sonaban afiladas, orgánicas, con ironía y una claridad rítmica que invitaba tanto a bailar como a mirar hacia dentro. La energía crecía a cada compás.

Momentos inolvidables del concierto
Uno de los instantes más delicados llegó con Quiéreme bien. Pieza que en versión de estudio participa Leiva. Una noche de emoción plena que se mantuvo intacta: silencio respetuoso primero, un suspiro colectivo después. El teatro era una sola fibra.
El viaje por el mar de emociones avanza firme, conducido por la nao que gobierna el almirante catalán. El compositor posee un don reservado a unos pocos elegidos: incluso si nunca has escuchado una sola de sus canciones —algo poco probable— es capaz de conectar con lo más profundo del ser. Consigue que los cuerpos se despierten, que los esqueletos se muevan al compás, que el disfrute sea inevitable y que, al final del trayecto, todos lleguen al puerto del éxtasis durante el concierto.
Pasado el ecuador del show, llegó el bloque que rompió cualquier tipo de distancia física entre escenario y platea. Moving y Tengo activaron un canto masivo que sonó a karaoke, a un himno repartido en cientos de gargantas. A voces que se hermanaban en una sola voz única. Todos fueron parte de algo compartido, un pequeño país sin fronteras levantado a base de ritmo y convicción.

Final épico del show: Volar y Coincidir sellan la noche en Madrid
Tras agradecer de manera sincera, Macaco encaró la última curva. Con la mano levantada levantó —literal y simbólicamente— a la sala. Volar trajo esa brisa melódica que limpia el aire después de un tramo intenso. Y Coincidir cerró el concierto con un abrazo musical de esos que sellan noches y quedan flotando cuando ya se han encendido las luces.
El público tardó en abandonar el recinto. Muchos seguían canturreando; otros, simplemente sonreían. La sensación general era clara: Macaco pasó por Madrid y dejó la certeza de que el futuro es ancestral y que el presente, cuando él canta, tiene un pulso que late más fuerte y lleva la huella y el sello de sus canciones.




