Este último tramo del año nos regaló una serie de películas de terror bastante interesantes; unas con buen argumento; otras no tan originales pero con impacto visual; y las del medio, como «Smile», que no son una genialidad, pero cumplen con su finalidad: entretener.
Siempre he comentado entre mis conocidos que algo a lo que más le tengo terror es a padecer de algún tipo de enfermedad mental. Ir perdiendo el control del raciocinio es bastante preocupante para mí, sin mencionar lo que viven los familiares. He allí parte del guión de «Smile», en el que no ahondaré más para no estropear el viaje que es la película, para que la sorpresa sea mayor.
«Smile» es un filme que hace uso del botiquín de películas de terror, cuyo manual es conocido por todos: un susto aquí, otro por allá, haciendo uso de música incidental, silencios, y allí pegas el salto al sorprenderte con cualquier artimaña made in Hollywood. ¿Es más de lo mismo? Sí, podrías decir que sí, pero no podemos negar que «Smile» tiene buenos momentos.
La dirección por parte de Parker Finn llega a ser interesante, en ocasiones muy sobrecogedora y asfixiante, con encuadres que te anuncian que se le pondrá patas arriba el mundo a la protagonista. Y hay actuaciones decentes, aunque a veces parecen de novela mexicana.
Esperaba un poco más de «Smile», pero nada juega más en contra de una película que leer que es la octava maravilla del terror actual y que tengas las expectativas por las nubes. No es mala, pero siento que ya había visto este cuento en otras películas. Fue como ver un cóctel de «It Follows» y «The Babadook».
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