La noche madrileña respiraba esa mezcla única de calidez y misterio que solo el verano sabe conjurar. Mientras el cielo comenzaba a cambiar de aroma y a oscurecer lentamente sobre el Real Jardín Botánico Alfonso XIII, una corriente suave de folk, country y pop elegante empezaba a enredarse entre los árboles. Las Noches del Botánico recibían a una de las voces más personales y magnéticas de las últimas dos décadas: Brandi Carlile.
Antes de que todo estallara, el público —que paseaba con calma entre luces colgantes, copas frías y un aire casi de cuento— fue cómplice de una apertura serena pero efectiva. En un escenario secundario ubicado en la Zona Momentos Alhambra que parecía flotar entre la vegetación, Aitor Castells ofrecía sus composiciones con la templanza de quien canta desde el corazón, y eso, por suerte, sigue siendo contagioso. Aplausos sinceros y una escucha atenta confirmaron que el artista menorquín dejó huella.

Audrey McGraw: delicadeza sureña bajo el cielo de Madrid
El primer gran bocado de la noche llegó con Audrey McGraw, una joya en ciernes llegada desde Tennessee. La compositora pisó el escenario principal acompañada por una banda compacta, afinada al milímetro, y una presencia discreta pero hipnótica.

Su set comenzó con Purple flowers, reciente sencillo que sirvió como llave para abrir una atmósfera íntima, cuidada y envolvente. Le siguieron Thunder, Cry y una versión emocionante de Cucurrucucú Paloma —sí, ese clásico inmortal de Tomás Méndez, reimaginado con respeto y personalidad—. La interpretación fue tan genuina que arrancó una ovación larga, de esas que no piden prisa. Habrá que seguir de cerca su camino; tiene todo para volver. Inmensa ovación al finalizar su actuación.

Brandi Carlile: cuando lo visceral se vuelve ceremonia
Las luces del escenario estallaron en una paleta de tonos cálidos mientras una figura con un aura de heroína de la canción, emergía bajo la ovación de un auditorio que se disponía a escuchar con el corazón. Sin preámbulos, Brandi Carlile arrancó con Raise hell y el efecto fue inmediato: el público se encendió como una mecha. Lo suyo no es una actuación, es una conversación a pulmón abierto.

Desde el primer acorde, quedó claro que está en su mejor momento. A la presentación en Madrid le precedía un hito: la publicación de Who believes in angels?, su disco conjunto con el mismísimo Elton John. Del álbum interpretó la homónima Who believes in angels? y You without me, ambas recibidas con respeto absoluto. No muchos seres de este universo puede afirmar que poseen un álbum de estudio junto con el dios más humano de la música.
Entre canciones, Carlile se dirigía al público en un español cálido y algo tímido: «Gracias por tanto amor, tenía muchas ganas de estar aquí esta noche». No era pose. Su cuerpo hablaba el mismo idioma: expresiva, conectada, desbordante de energía.
La banda, firme como una columna vertebral, le dio el soporte ideal para que su voz —huracanada cuando quiere, delicada cuando lo necesita— hiciera de cada canción una experiencia: Right on Time, The Story, The Joke y You and Me on the Rock se sucedieron con una cadencia precisa. Cada una arrancó aplausos honestos, cada una dejó algo flotando en el aire. La séptima cuerda de la guitarra era la emoción.
Un cierre dorado y una ovación sin final
Durante el show, repasa su extensa trayectoria de más de dos décadas, que incluye colaboraciones con importantes nombres como Dolly Parton o Allison Russell entre otros. Lo suyo es un catálogo sin desperdicio, y lo sabe manejar con inteligencia y sensibilidad. En la recta final, Carlile mantenía sobriedad escénica, potencia y una grandeza propia de las divas de la música.
La traca final llegó con Sinners, Saints and Fools, una delicada Unchained Melody —para la que invitó nuevamente a Audrey McGraw al escenario, en uno de los momentos más emotivos de la noche— y una definitiva Party of One, con la que puso punto final bajo un aplauso que parecía no querer apagarse.
El público, variopinto y entregado, se fue en silencio, con sonrisas suaves y los móviles guardados. No era noche de grabar; era noche de estar. De esas que se quedan.
Sus raíces, sus grandes tonos vocales, su entrega absoluta y sobre todo, su talento innato, dejaron huella en Noches del Botánico y una estela de la que se hablará en los libros de la música de la ciudad.