Yo tenía un jefe…
Al cual el bienestar de sus empleados le importaba menos que el valor del M2 en Azerbaiyán. La primera consulta que me hizo como abogado fue para saber la manera de cobrar por la deprimente bolsa de alimentos de segunda categoría que, mes a mes, entregaba como «beneficio» a mis compañeros. Su segunda prioridad era (aún) más vergonzosa: Deseaba pagar a todos el salario mínimo de ley y saber cómo convertir en «bono» ajeno a prestaciones sociales el resto del sueldo.
Yo tenía un jefe que justificaba desangrar a sus colaboradores alegando que «los gobiernos son los que roban».
Yo tenía un jefe que gritaba que «nadie sabe hacer su trabajo», pero que se entrometió en la labor de todas las áreas de su empresa y no tomó nunca en cuenta los consejos y decisiones de profesionales y técnicos, desautorizándoles frente a todos.
Yo tenía un jefe al cual le dije todo esto y me mandó «a la puta mierda». Desde allí, más feliz que antes, escribo estas líneas y quizás le envíe una tarjeta postal.
